Pep Espluga Trenc
En los últimos tiempos hemos podido disfrutar de varias las películas y documentales que han abordado los complejos cambios que se están dando en el mundo rural. El hecho de que obras como Alcarrás o As Bestas hayan tenido tanto reconocimiento y repercusión popular, confirma que se trata de un debate con el que mucha gente se siente identificada, cuya evolución será clave para definir las formas de vida posibles y deseables en el siglo XXI. De alguna manera, se intuye que la deriva del mundo rural es algo que nos afecta a todos. Es un debate de plena actualidad.
Hace ya un tiempo que llegó a nuestros oídos el rumor de que en Binéfar se estaba rodando una película que contribuía a dicho debate. Más tarde, supimos que se trataba de ‘Los Saldos’, una obra dirigida y producida por el binefarense Raúl Capdevila, y que durante el último año ha sido seleccionada para su pase en diversos festivales nacionales e internacionales, como el Festival de Nyon en Suiza o el Festival de Sevilla, entre otros. Aunque teníamos mucha curiosidad por verla, mientras durara el proceso de promoción la única manera de acceder a ella era asistiendo a esos restringidos visionados que se llevan a cabo en lugares distantes, algo fuera de nuestras posibilidades.
Sin embargo, este mes de mayo nos ha traído un doble golpe de suerte. Por un lado, los organizadores del Festival Imaginaria de Binéfar han tenido la buena idea de incluirla en su programación. Este próximo martes 30 de mayo a las 22h tendrá lugar el pase con todos los honores. Con coloquio con el director incluido. Un lujo que no nos podemos perder.
Por otro lado, durante este mes de mayo de 2023, la sección de Cultura del Instituto Cervantes ha organizado un ciclo de proyecciones virtuales bajo el título de “Geolocalizaciones y nuevas ruralidades”, con la finalidad de ilustrar las transformaciones que se están dando en el mundo rural y las iniciativas de resistencia contra las amenazas que penden sobre él. Uno de los films seleccionados ha sido precisamente ‘Los Saldos’, el cual pudo ser visionado en abierto entre el 26-28 de mayo a través del canal Vimeo del Instituto Cervantes.
Así, el azar nos ha brindado la posibilidad de verla por partida doble en menos de una semana. Aquí pretendemos hacer una breve crónica de las sensaciones que nos ha transmitido el visionado de ‘Los Saldos’ a través del pase del Instituto Cervantes.
De entrada, hay que tener en cuenta que la obra se desarrolla a partir de un trabajo del Máster de Documental de Creación de la UPF, lo cual, a nuestro entender, condiciona parcialmente el resultado. Como toda obra audiovisual, presenta un análisis a varios niveles, desde los más vinculados a las imágenes y la forma de presentarlas, hasta los relacionados con la historia que se pretende narrar.
Aquí apelaremos a ambos para argumentar algunas respuestas la pregunta clave: ¿Por qué es conveniente destinar una hora y cuarto de nuestro tiempo a ver Los Saldos?
- Las imágenes
La primera cosa que sorprende es la calidad técnica de la película, que no tiene nada que envidiar a las grandes producciones cinematográficas y televisivas. Destacan sobremanera las imágenes de paisajes de la Litera, que hasta resultan exóticos y de una rara belleza, así como las imágenes de escenas interiores que reflejan la vida cotidiana de los protagonistas. En ambas situaciones la película es un goce para los sentidos, con una fotografía, unos ángulos de cámara y una iluminación muy cuidados, dando lugar a una sucesión de imágenes capaces de narrar por sí solas. Es sin duda éste uno de los principales estímulos para ir a verla en pantalla grande.
- Los personajes
El segundo motivo son los personajes. Como sucedía en el caso de Alcarrás, aquí los protagonistas tampoco son actores profesionales contratados al efecto, sino personas reales ocupadas en sus tareas cotidianas. Principalmente familiares del director. Destacan los casos de José Ramón Capdevila, el principal protagonista, quien aborda su papel con una naturalidad pasmosa y una entereza desconcertante, y es capaz de transmitir toda la distante perplejidad de quien se ve inmerso en un modelo agroindustrial que tira de él cada vez más, consciente de que aunque lleva años bailando y adaptándose hábilmente a sus exigencias, siempre le pide más y más.
También es de destacar el personaje de Rosita, la abuela de la familia, depositaria de un conocimiento tradicional que la modernidad ha pretendido arrinconar, pero que todavía es capaz de reivindicarse y considerarse parte de la unidad productiva familiar en activo. Una unidad que el sistema productivo industrializado se ha encargado de erosionar.
- La frontera
Desde el principio, la película se enmarca en un marco de western clásico. La tipografía de los créditos de inicio, la música y los paisajes, sitúan al espectador en el terreno de las películas del oeste, aunque pronto queda claro que el género es otro. Resulta muy sugerente la idea de que la acción suceda en un lugar fronterizo, en los márgenes del sistema, que es donde perviven formas híbridas de actividades humanas y agrarias y donde todavía es posible la utopía. No obstante, el espacio del western está también expuesto a la presencia de todo tipo de maleantes que intentan obtener provecho del territorio o de su población. El extractivismo está también presente. No hay western que se precie sin granjeros, pelea en el salón, pianista y enterrador.
- El individualismo
Una de las escenas más interesantes es la discusión sobre cómo distribuir los pagos de una obra de riego, que muestra cómo hemos perdido la capacidad de acción colectiva. Sentados alrededor de una mesa, varios propietarios debaten sobre cómo abordar el sobrecoste de las obras de una canalización comunitaria. A pesar de que se trata de una intervención para el bien común, rápidamente surge la defensa de intereses individuales que pueden comprometer el conjunto de la obra. Se trata de una representación clarividente de cómo el actual sistema agroindustrial y globalizado ha minado las relaciones sociales en el mundo rural, convirtiendo a los agricultores en individualistas feroces, en un contexto de continua competencia de unos contra otros. Es la forma de dificultar que puedan unirse para cambiar de la lógica del sistema.
- Radio Nuevo Poder
La historia narrada se desarrolla en varias capas. La más explícita es la de las vicisitudes cotidianas del granjero protagonista. Pero hay otras superpuestas que dan indicios de otros niveles de lectura. Un hallazgo interesante es la ficticia Radio Nuevo Poder, que los personajes van oyendo de manera intermitente mientras van en coche o furgoneta del pueblo a la granja o viceversa, y a través de la cual se emiten fragmentos de audio de supuestos oyentes que dejan sus mensajes en el buzón de voz. Una de las virtudes del documental es que recoge voces a favor y en contra de la instalación del nuevo macromatadero (que luego sería Litera Meat) en la zona. Se aportan argumentos favorables, sobre los múltiples impactos positivos que dicha instalación podrá tener, pero también sobre los posibles impactos negativos y sobre las formas de gestionar su llegada. Se dan voz a las diferentes visiones, lo cual es muy de agradecer.
- El elefante
En este sentido, la película ofrece algo que apenas se dio durante el proceso de instalación de Litera Meat: un espacio de debate sobre sus pros y sus contras. Es posible que no sea un debate cómodo, pero es imprescindible que exista para salvaguardar la dignidad social y democrática del territorio, y en este sentido hay que agradecer a Raúl Capdevila que nos haya proporcionado esta ocasión. Evidentemente, el debate actual no puede ser sobre si debía haber otro macro-matadero o no en la comarca, pues éste ya existe, sino sobre qué implicaciones tiene su existencia para el futuro del pueblo y del territorio, ser conscientes de ello y pensar en cómo gestionar las posibles consecuencias. Podemos rehuirlo cuanto queramos, pero la cuestión siempre estará presente. Es el elefante en la habitación. El cerdo en la corraleta. Simulamos no verlo, pero ahí está. Gracias Raúl.
- El ruido de fondo
La película tiene la habilidad de combinar escenas de paisajes majestuosos y de tareas agrícolas plasmadas con imágenes atractivas, con un sonido de fondo oscuro e inquietante. Las atmósferas sonoras están muy logradas. El transcurso de la narración, normalmente parca en palabras y bella en imágenes, va acompañada por un creciente ruido de fondo, a menudo formado por gruñidos difuminados de una multitud de cerdos invisibles, que crean un creciente desasosiego en el espectador. Este sonido, junto con el progresivo protagonismo de las escenas nocturnas y las nieblas de invierno a medida que avanza el metraje, constituyen una buena representación del malestar de un sector agroganadero sometido a las turbulencias de la globalización.
- La torre
Aunque los protagonistas viven en el núcleo urbano de Binéfar, el principal escenario de la película es la granja. La granja está rodeada de campos de cultivo de regadío y está formada por varias naves construidas alrededor de la antigua ‘torre’. La ‘torre’ es un edificio antiguo, que había sido residencia habitual de generaciones anteriores. No hay que olvidar que la llanura de la Litera se repobló durante el último siglo a raíz de la puesta en riego por el Canal de Aragón y Cataluña, dando lugar a un hábitat diseminado muy similar al de la colonización del Oeste. Con la ‘torre’ reaparecen las referencias al Western, epítome de autosuficiencia y libertad. La modernidad nos ha concentrado en áreas urbanas y nos ha hecho más dependientes del consumo proveído por las corporaciones. La torre y el pueblo eran mucho menos dependientes, y por tanto más resilientes ante los embates de las crisis que se avecinan.
- El último cerdo
Aunque el eje argumental gira es la ganadería porcina, la presencia de estos animales en la película se adivina más por los sonidos que por las imágenes. Los cerdos se oyen por doquier, pero no hacen acto de presencia hasta la parte final. Y, como los sonidos, lo hacen también de manera inquietante, en una larga escena nocturna con motivo de su evacuación para ser trasladados al matadero. Aquí es donde aparece el concepto de “los saldos”, refiriéndose a aquellos animales que no han dado la talla, descartables en el cómputo final. Y aquí es donde se pone en escena la metáfora que vincula a cerdos y a ganaderos, entendidos estos como trabajadores autónomos, ambos descartados por un modelo industrializado que ha roto todos los vínculos con el entorno, con los vecinos, con la naturaleza y con los consumidores, y que se ha convertido en una maquinaria insaciable que exige siempre más inversiones, más cerdos, más producción, más tamaño empresarial, más mano de obra barata y más residuos a gestionar.
- El último agricultor
Los Saldos muestra un proceso histórico en el que el agricultor autónomo no tiene cabida y se va convirtiendo en un anacronismo, en una reliquia de otra época. Un proceso apoyado por todas las instituciones, desde la caja de ahorros y las administraciones públicas, hasta las universidades y las empresas de maquinaria o agroquímicos, que empujan hacia la concentración de propiedades, de servicios y de recursos. La agricultura se está convirtiendo en algo fuera del alcance de los pequeños y medianos agricultores, y las grandes operaciones como la instalación de Litera Meat contribuye a acelerar e intensificar dicho proceso, planteando un escenario de grandes empresas agrarias que acapararán las tierras y usarán multitud de mano de obra asalariada y temporera cuando les convenga.
Un proceso que encuentra escasas resistencias, que sucede ante el fatalismo de los últimos agricultores autónomos, los cuáles siguen impasibles con su trabajo. Unos agricultores y ganaderos que se esfuerzan por seguir haciendo bien su trabajo, pues saben que de ello ha dependido su supervivencia durante décadas, aunque rara vez nadie se lo agradezca. En este sentido, esta película es una llamada de atención a lo que representan las explotaciones agrarias que todavía se mantienen a escala humana, en la que sus gestores son a la vez sus trabajadores, que se preocupan de su entorno y saben cómo aprovechar unos recursos limitados de la manera más eficiente y sostenible. Una figura a reivindicar.
En definitiva…
En definitiva, Los Saldos es un documento audiovisual que llega en el momento oportuno para aportar argumentos de primera mano a un debate ineludible, que no sólo atañe a agricultores y ganaderos, ni siquiera únicamente a los habitantes de Binéfar o la Litera, sino a toda la sociedad en su conjunto, justo ahora que nos encontramos en un punto de inflexión derivado del conjunto de crisis sistémicas que nos acechan.
Es cierto que hubiéramos agradecido un guión más estructurado, quizá con un narrador omnisciente o con alguna secuencia longitudinal de hechos más explícitamente conectados. Pero la opción escogida por el director a la hora de narrarla ha sido la de darnos los indicios suficientes para que cada espectador haga las conexiones por su cuenta. Y aquí no vamos a discutírselo. Ya advertimos al inicio que la película era deudora del estilo de la UPF, donde la narración se supedita al fluir de las atmósferas. Raúl Capdevila ha decidido tratarnos como adultos y esperar que nosotros hagamos el trabajo. De alguna manera, nos ha puesto deberes. Ahí tenéis estas secuencias visuales y sonoras y, ahora, reflexionad, si queréis.