¿Hasta que punto son cosas de niños?

¿Dónde queda la evolución sin la previa reflexión y aplicación de cambios estructurales en uno mismo?

Hará un año lanzaba esta misma pregunta para finalizar una pequeña reflexión acerca del racismo estructural, y en general, del trabajo propio y colectivo de la sociedad ante ello. Un año después, parece ser que la ilusión por reavivar la visión positivista del paso de la crisis sanitaria -y global- se ha esfumado: el ser humano parece no haber aprendido de sus errores y seguimos poniendo en duda, si es que no tenemos una opinión establecida ya, sobre si este contexto de incertidumbre tan sombrío verdaderamente nos ha convertido en mejores seres humanos.

El racionalismo -como algo maquiavélico- parece resurgir de nuevo e incluso se esparce y llega a niveles sociales en donde prima la ley del más fuerte. Puede parecer una declaración algo fuerte, pero si repasamos los últimos tiempos, parece que nuestro instinto se haya adaptado a un modo de supervivencia. En este sentido, parece normal comprender cómo realmente esta especie de aislamiento obligado nos ha devuelto al mundo real donde siguen
sucediendo hechos atroces y donde la violencia parece primar.

Lejos de debates filosóficos sobre si el ser humano es bueno o malo por naturaleza, parece ser que este punto de inflexión ha puesto de manifiesto la necesidad de repensar el mundo con vistas al futuro y rompiendo estructuralmente con ciertas pautas consolidadas en nuestro día a día. El contexto que llevamos arrastrando desde hace más de un año ha funcionado como muro de contención a la vez que, tal y como mencionaba, ha puesto de
manifiesto múltiples problemáticas que se habían instaurado en nuestras rutinas como algo normal.

En un mundo en constante globalización -¡que irónicamente es también lo que nos tiene aquí!- es parcialmente incomprensible como la sociedad en su conjunto sigue sin asimilar la diversidad en su amplio sentido. Definitivamente, la cohabitación es un estado multilateral en el que todos los actores deben trabajar por el respeto propio y del prójimo… ahora bien, ¿estamos en ese punto?

No me gustaría hacer este discurso tan mío como lo puede ser de tantas personas que conozco, que me rodean y que por negligencia o incompetencia de un conjunto de factores externos, se han tenido que adaptar a ser esa disidencia y todo lo que ello acarrea. A día de hoy, seguimos en esa especie de transición entre una generación que no ha lidiado con sus traumas por la poca representatividad de la salud mental como un elemento más del bienestar, frente a una generación que cada vez se ve más repercutida y necesitada de esa herramienta (¡Ojo! Esto no lo digo yo, ya que muchos son los estudios y especialistas que afirman que la próxima pandemia será protagonizada por los trastornos mentales). Se comprende así mejor el choque generacional que se produce y que muchas veces se esconde bajo el concepto“generación de hielo”, a la vez que se aprecia mejor por qué sigue siendo un tema tabú la salud mental y los problemas derivados de su ausencia. De hecho, el otro día en una conversación espontánea con un desconocido en el tren, llegábamos a la conclusión de que a su generación (allá por los 40 hacia delante) le ha faltado ese recurso. El sujeto en cuestión me comentaba: “Pues es que cuando yo tenía tu edad, los problemas estos de bullying y tal no existían”

Y yo, que me imaginaba un poco por dónde iban los tiros, le respondí que cuando no se entiende un problema, y mucho menos se le da visibilidad, parece ser que no existe. Nos guste más o nos guste menos, pocos son los días en los que accedemos a nuestro noticiario y no aparece algún caso de acoso/ bullying (que este anglicismo no desvirtúe el problema central) que por desgracia, en ocasiones, tiene un final fatídico. Ahí todos nos llevamos las manos a la cabeza pero…¿y si realmente se podría haber evitado? Hasta la fecha, las pautas que se han aplicado a la enseñanza y crianza parecen no haber revertido esta tendencia, por lo que, retomando alguna de las cuestiones ya argumentadas, quizá es momento de hacer un cambio de base eficaz.

Sin embargo parece ser que siempre hay una cierta oposición a los cambios de este tipo, que bien argumentada debo admitir, se respaldan en que esto en equis momento no sucedía y que más valdría mantener la mano dura ante este apogeo de sentir y debilidad.
Paralelamente, me he encontrado con muchos casos en los que una persona defendía esto a la vez que se ha llegado a ofender profundamente por motivos (no sé si poner ideológicos, absurdos o simples, pon la que más te cuadre o se te ocurra) . Esta doble moral tiene explicación, y en gran parte puede venir atraída por el mencionado choque generacional.

De esta forma, el entendimiento del ser humano como ser social nos permite- a la vez que obliga- a entender sus diferentes contextos dentro de un marco social determinante. En los últimos meses se repetía como un canto esperanzador que un escenario de incertidumbre y pandémico global generaría un cambio estructural haciendo brotar la bondad de las personas, como un yugo entre la desesperación y la esperanza. Sin embargo, el último año (y casi tres meses) advierte una verdad cruda y disidente: no ha sido así, y pese a que el confinamiento pudiese actuar como muro de contención ante el mundo real, la vuelta a la relativa normalidad nos ha abofeteado. En este momento, quince meses después, me sigo preguntando, al igual que sigo preguntando al mundo, si realmente la concepción dogmática de que el aprendimiento se adquiere tras experiencias negativas es realmente sano y eficaz. Recuerda en cierta medida, a una lógica que debe de seguirse: actúa mal, reconoce tus errores y nos los vuelvas a cometer…pero volviendo a la cuestión planteada inicialmente, dónde o en qué momento se puede aprender de sus errores si no reconoce el individuo que en primera instancia está actuando mal? La subjetividad de los conceptos parece no ajustarse a las medidas y constructos sociales que venimos heredando, porque probablemente – y más en una sociedad cada vez más mediatizada- el principio de bondad y maldad distan de una persona a otra. Por ello creo que es necesario entender que no es necesario pasar por un evento traumático para aprender; no hace falta llegar al límite para entender la lección, al igual que no hace falta que sigan perpetuando una fábula arcaica, un recuerdo negativo… para entender una moraleja que se podría estudiar de formas menos nocivas.

Todo, desde luego, son perspectivas. Pero si creo en la objetividad de algo es en la de crear un mundo relativamente mejor. Quizá es momento de adaptarse a las circunstancia y abrir un debate interno que permita abordar el futuro con vistas esperanzadoras.

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