Tras el colapso de 2008, la capital de Islandia era la viva imagen de la desolación . . . En las elecciones municipales de 2010, los votantes eligieron como alcalde a un actor cómico, Jón Gnarr.
La candidatura de este punk gravemente disléxico de pasado tormentoso . . . era en principio puramente paródica. Declaraba querer el poder para «llenarse los bolsillos sin trabajar» y «dar buenos sillones a sus colegas» . . . Anunciando que no cumpliría sus promesas electorales, el programa proponía la condonación de todas las deudas, viajes sorpresa para la tercera edad . . .
Convertido en alcalde, Gnarr . . . adoptó . . . un nuevo papel. El pasota provocador dio paso a un personaje de humildad desarmante. Los reikiavikenses secundaron su esfuerzo de transparencia y democracia participativa . . .
La crisis ayudó a Gnarr y sus amigos a transformar una ciudad donde el coche era el rey en una capital ecológica, de moda y con una densa red de carriles bici . . .
La clase política afilaba sus cuchillos esperando a Jón Gnarr para las elecciones municipales de 2014. Después de haber probado el poder, ¿no iba a repetir? Era lo normal, finalmente se convertiría en uno de ellos. En el cénit en las encuestas, anunció que dejaba la política . . .
Gérard Lemarquis, « Punk, anar et maire de Reykjavík. Réenchanter la politique par la dérision » in Le Monde diplomatique, octubre 2016 (extr. y trad. La Litera información)