El sábado falleció Javier Tomeo y con él se ha ido el tercer gran genio de la cultura aragonesa de todos los tiempos. Junto con Goya y Buñuel, Tomeo forma la santísima trinidad de la cultura aragonesa. Además era oscense, nació en Quicena hace ochenta años, con lo que nadie puede lamentarse, cada provincia tiene su propio genio.
Para la gran mayoría Javier Tomeo es un nombre que no dice gran cosa. Algunos han oído hablar de él, otros es posible que hayan leído alguna de sus más de 50 novelas, pero la mayoría no sabrá quién es. Y sin embargo es el autor español más conocido fuera de nuestras fronteras. En cuatro ocasiones estuvo a punto de conseguir el Premio Nobel de Literatura, él que sólo ganó el Ciudad de Barbastro y el Premio Aragón a las Letras. Como suele pasar, Tomeo fue ignorado por la gran mayoría en su tierra y admirado en el resto de Europa, sobretodo en Alemania, donde era reverenciado, y en Francia, donde era considerado un dramaturgo a la altura de Samuel Beckett. Beckett, por cierto, tampoco fue profeta en su tierra, Irlanda, y tuvo que escribir en francés para que le hicieran caso, aunque sí que llegó a tiempo de ganar el Nobel.
¿Por qué este poco aprecio de su literatura en España? Pues no consigo entenderlo, la verdad. El mundo de Tomeo es un mundo propio, un mundo de hombres grises, de perdedores, de bestias humanas y de parábolas, náufragos vitales en mundos que les venían enormes, seres deformes que eran la encarnación del propio Tomeo y la de todos nosotros. Si el surrealismo vive del mundo onírico de los sueños, Tomeo se alimentaba del mundo de los miedos íntimos, no del terror, sino de esos miedos personales, esas inseguridades que nos hacen más humanos. Es por ello que su literatura tiene tantos seguidores, que se convirtió en un escritor de culto, porque todos nos podemos sentir identificados con esos seres, con esos monstruos, con esos hombres insignificantes.
Podríamos definir a Tomeo como a un dramaturgo que se creía novelista. Tomeo utilizaba formas propias del teatro para tejer sus novelas. Inconscientemente, sus personajes establecían monólogos o diálogos y sus historias son perfectas para ser llevadas encima de un escenario. Y es en el escenario donde la figura de Tomeo deja la marginalidad para convertirse en genio universal. En París se estrenó en 1989 la primera adaptación teatral de una de sus novelas. Pronto le siguieron Berlín, Milán, Londres, Barcelona, Roma, Frankfurt, Estocolmo, Madrid, Edimburgo… En España no tuvieron nunca la repercusión que sí obtuvieron en el extranjero, posiblemente por culpa de la escasa cultura teatral que tenemos en nuestro país. Como muestra, un botón: En diciembre de 1997, en una famosa entrevista que le hacen a la Ministra de Cultura, Esperanza Aguirre, confiesa desconocer a Santiago Segura, actor y director de Torrente, el brazo tonto de la ley, la película que barrió ese año todos los récords de taquilla en España, y a Javier Tomeo, serio candidato ese año al Premio Nobel de Literatura y único dramaturgo español en ser estrenado en la Red Nacional de Teatros de Francia en los últimos 10 años. Desgraciadamente, hoy seguimos en la misma ignorancia.
Tuve la inmensa fortuna de conocerle personalmente. Era una de las personas más despistadas que he conocido jamás. Creo que su imaginario era tan potente que le devoraba parte de su realidad. Además padecía de un cierto grado de sordera, lo que provocaba que su aislamiento de lo que le rodeaba fuera aún mayor. Nunca se mostraba demasiado interesado en hablar de sus libros, pero le apasionaba hablar de cualquier cosa. Cuanto más extravagante era el tema, más le interesaba. También le apasionaba estar en contacto con gente más joven. Era feliz entre escolares, eran los únicos que tenían la misma mirada inocente ante todo lo que les rodea. Es por ello que su estilo literario tiene tanta fuerza, porque es tan inocente que es incapaz de poner las barreras sociales que ponemos los adultos. En el fondo, era un niño grande.
Ha fallecido Javier Tomeo. Con él se ha ido la voz más original de la literatura española desde Lorca. Dentro de unos años, con un poco de suerte, alguien reivindicará su obra y empezaremos a ver plazas, calles y colegios con su nombre. Pero ese reconocimiento llegará tarde. Hoy ya es demasiado tarde.
Jaume Garcia Castro