Pep Espluga
Hemos dejado un tiempo prudencial para mirar atrás y darnos cuenta de lo vivido en Binéfar el pasado sábado 26 de marzo. Desde las 11 de la noche, Walrusbeat y Staycool calentaron el ambiente con su envidiable colección de vinilos, repletos de hits del lado oscuro, sorpresas sesenteras y músicas de las entrañas del pantano. Un ambiente que era el de las grandes ocasiones. Quizá la larga abstinencia obligada por la pandemia había abierto el hambre de grandes espectáculos colectivos. Con las entradas agotadas desde hacía días, el público abarrotaba el local con un alborozo inusual en este tipo de eventos. Centenares de personas se saludaban con estrépito, se invitaban a beber, se ponían al día, hacían planes y se deseaban suerte en medio de una algarabía inédita. Difícil disimular la ilusión en los rostros. De pronto, los DJ se retiraron, las luces se apagaron y los músicos ocuparon sigilosamente el escenario. Explotó la locura.
Proscritos salieron al escenario pisando fuerte, como si todos estos años hubieran permanecido agazapados tras sus instrumentos en algún oscuro bar, haciendo tiempo para volver cuando más les necesitáramos. Fue sin duda un concierto sanador, una terapia colectiva. Sucedió algo que, como el propio José Lapuente expresó tras la primera canción, “nunca creímos que volveríamos a ver”. Proscritos se separaron en 1995, después de una gloriosa década en funcionamiento, cuando, de pronto, en este extraño 2022, resurgieron de la nada como si siempre hubieran estado ahí. La Asociación Los Trapos y el Ayuntamiento de Binéfar pusieron mucho de su parte para cambiar el curso de la historia y brindarnos una noche singular. Vamos por partes.
La parte de la resurrección
En primer lugar, tuvimos la oportunidad de ver (y oír) a un grupo mítico, muy querido en la zona y mucho más allá, un grupo creador de un rock potente y cargado de emociones, cuya sombra e influencia llegó, en su tiempo, a rincones geográficos muy alejados de la Litera. A pesar de su desaparición hace casi tres décadas, Proscritos han continuado siendo un grupo de culto entre selectas minorías de lugares lejanos. También entre nosotros. Por eso había una gran expectación por comprobar cómo sonarían, pues, tras tanto tiempo en el congelador, su estado de forma actual era toda una incógnita. Podíamos suponer que, dado el espíritu de compromiso que el grupo había mostrado siempre en el pasado, la fuerza les acompañaría hasta el presente. Además, si ellos habían decidido dar el paso de mostrarse de nuevo en público, la operación tenía visos de ser solvente. Los Trapos fueron persuasivos.
El resultado no solo no defraudó, sino que superó las expectativas. Proscritos ofrecieron un espectáculo fluido e intenso, con las dosis necesarias de garra y sensibilidad. Los músicos sacaron a relucir su carácter y demostraron su oficio. Un bajo y una batería magistrales dibujando las texturas sonoras de base, sobre las que las tres guitarras se explayaron con fuerza y precisión, y con una voz profunda desplegando toda la poesía del rock. Una voz que, hay que reconocerlo, se diría que incluso ha mejorado con el tiempo. Proscritos gran reserva. Los pelos de punta.
Por lo que respecta a la parte técnica del espectáculo, el reto fue superado de sobras. La máquina de hacer música continúa bien engrasada, con una puesta en escena apabullante y energía a raudales entre escenario y audiencia. Proscritos sacaron lo mejor de su repertorio y todavía les quedaron balas en la recámara, que guardaron quizá para otra ocasión, si es que la hubiera. O para que las escuchemos en nuestros aparatos por nuestra cuenta. Aunque el consumo individualizado de música, típico de nuestra actual sociedad líquida y digital, no lleva incorporado la magia del directo.
La parte del concierto
Proscritos desgranaron un concierto compuesto por 18 canciones. Las 14 primeras de una tirada y las 4 restantes en los bises. Arrancaron con ‘Como un disparo’, aquel tema que les dio a conocer en un famoso maxisingle de 1986. Luego fueron alternando hasta 7 temas de su primer álbum (Cosas Sencillas) y 6 del segundo (Pobres Sueños), mientras que tan sólo incluyeron uno de su tercer disco (Hablando otras lenguas). Parece que esa noche Proscritos querían que se les entendiera sin necesidad de hablar otras lenguas (aunque aquel disco maldito fuera un experimento muy reivindicable). Y vaya si lo consiguieron. Enlazaron ocho temas seguidos a un ritmo trepidante, del que no se bajaron hasta que, pasado el ecuador del concierto, atacaron la balada ‘Un Refugio’ y el medio tiempo ‘Cuéntame una historia’. A partir de ahí intensificaron el ritmo y se les unió Juanjo Javierre (presentado como “el rey midas del pop oscense”), quien les acompañó al teclado en la imponente ‘Pobres Sueños’, así como en las canciones que siguieron hacia la recta final, cuyo último tema fue ‘El blues del caracol’.
Tras una brevísima pausa jaleada con ganas por la concurrencia (estruendosa todo el rato), los músicos volvieron a escena y nos ofrecieron tres versiones bien trabajadas (Green River, Flores Muertas y Como una bala perdida), composiciones de la santísima trinidad proscrita: la Creedence, los Stones y Dylan (Neil Young ya se había asomado antes). Sí, versiones, pero cantadas en castellano con una traducción que, aunque cueste creerlo, mejora de largo las originales (sobre todo la de Dead Flowers, pues a su lado el texto de Jagger & Richards parece una redacción de instituto). Tras una última pausa, los músicos regresaron al escenario con un ‘Born to be wild’ como una apisonadora, berreado por la multitud como si fuera la última cosa a hacer antes de morir. Después, el silencio retumbante y exhausto, que fue ocupado por una música ambiente de los Doors. Proscritos iban sembrando señales en el territorio hasta el final. Walrusbeat y Staycool reaparecieron entonces para acompañar al respetable hasta el delirio etílico y el sinuoso baile final. Impecables acompañantes de la noche.
La parte social
El concierto de Proscritos generó de largo el momento de más alta intensidad social que se ha visto en los últimos años en la comarca. Más todavía si tenemos en cuenta que venimos de una época oscura de aislamiento y pandemias. Proscritos consiguieron convocar a una fauna humana bien extensa, a un conjunto variado de gente, probablemente muy dispar, pero a la búsqueda de ciertos estímulos y valores comunes. Una amplia amalgama de personas dispuestas a sudar juntas y a reivindicarse mientras celebraban el retorno del grupo y el haber coincidido en aquellas coordenadas espacio-temporales.
En este sentido, Proscritos fueron el catalizador que provocó una explosión de emociones humanas. La noche fue mágica también por los múltiples vínculos que se reactivaron al son de las canciones de Proscritos.
La parte simbólica
Proscritos son hijos de su tiempo. Vienen de una época lejana, de efervescencia social y política, en la que los sectores sociales más inquietos intentaban superar, mediante la articulación de propuestas rompedoras y provocadoras, la gris opresión heredada de la infausta dictadura. Proscritos aparecieron en una época en la que los límites y las costuras del sistema estaban todavía en expansión, donde todo parecía posible. Y en la que música jugaba todavía un papel importante en la definición de las identidades individuales y colectivas. Donde la música era socialmente significativa (algo que luego se perdió y de lo que todavía andamos huérfanos). Por ello, el concierto del sábado 26 de marzo fue una oportunidad para recuperar un cierto sentido colectivo alrededor de los acordes y la electricidad.
Desde esta perspectiva, Proscritos siempre fueron más que un grupo de rock. Su retorno inesperado nos ha permitido comprobar algo que en su momento no era tan evidente: Proscritos lograron trascender el mero rol de grupo musical para devenir creadores de un universo de aprendizaje vital. Fueron un vehículo de expresión de un conjunto de ideas, reivindicaciones y aspiraciones del sector social más inquieto de Binéfar. En su momento, fueron capaces de traducir sus referentes de la contracultura y la escena beatnik americana, del country-rock, el soul y el blues, a un lenguaje próximo y contemporáneo, apegado a unas formas y a una filosofía vital que ellos mismos representaban.
La parte de la clase de idiomas
La actuación del sábado 26 de marzo dejó claro lo actual de sus mensajes, que no han envejecido ni un ápice. Las letras y las músicas de Proscritos nos ofrecen los códigos de todo un estilo de vida, de unas aspiraciones alternativas a la gran maquinaria que nos oprime. Unas claves oportunas para lograr sobrevivir en un mundo que tiende a diluirse y a dejarnos a la intemperie.
El pabellón de la Algodonera quedó convertido en un lugar de encuentro cósmico, una estación interestelar, en la que se puede pedir cualquier bebida exótica charlando con humanos de procedencias dispares. Unas relaciones inteligibles gracias al lenguaje de los Proscritos. En este sentido, el concierto fue como una gran clase de idiomas con traducción simultánea, que nos permitió reconciliarnos con una parte de historia compartida y prepararnos emocionalmente para afrontar mejor lo que vendrá.
Gracias Proscritos. Y gracias Trapos y Ayuntamiento por haberlo materializado.