Una historia ancestral: Paseo geológico y arqueológico por la sierra de las Chesas

Pepe Espluga

El pasado sábado 7 de agosto se realizó una excursión por la zona de la sierra de las Chesas (les Gesses), organizada por los Amigos del futuro Parque Geológico y Minero de la Litera y la Ribagorza. Fue un recorrido circular con salida desde la Torre Lasierra de Tamarite, pasando por la zona de Castellasos y la Font de la Penella, en término de Alcampell, con retorno al punto de partida. Un recorrido tan asequible como fascinante.

A las 8 de la mañana ya nos esperaban los organizadores del evento justo al lado del Qanat de la Torre Lasierra. La mañana era fresca y una fina capa de nubes cubrían el sol, un clima óptimo para caminar. El grupo de caminadores estaba formado por un total de 35 personas, contando con los organizadores, provenientes de diferentes localidades del entorno (Tamarite, Alcampell, Estopiñán, Albelda, Peralta y Altorricón), además del profesor Mata-Perelló que vino expresamente desde Manresa.

Las explicaciones a lo largo de todo el recorrido fueron a cargo de Sebastián Agudo, para las cuestiones arqueológicas e históricas, y del profesor Josep Maria Mata-Perelló, para los aspectos más puramente geológicos. Se contó también con el interesante apoyo de Maribel y Miguel, de Albelda, buenos conocedores de la zona y protagonistas de relevantes hallazgos arqueológicos y geológicos durante los últimos años.

La primera parada fue a unos cien metros del punto de partida, para observar la balsa del Qanat y el túnel de acopio, una impresionante obra hidráulica de recogida y distribución de agua que data de la época musulmana (alta Edad Media), probablemente una de las construcciones más antiguas de la comarca y con un estado de conservación relativamente bueno. Cuenta con un largo túnel que conduce el agua a la balsa sobre el que se había excavados varios pozos de mantenimiento, de los que sólo quedan dos a la vista. Por su posición, se observa que el Qanat distribuía agua a un amplio espacio de campos de cultivo, que debían proporcionar a esta zona un aspecto de vergel, bastante diferente al actual.

A continuación, tomamos el camino hacia el suroeste. Durante el descenso pudimos ver con claridad el punto en el que se produce la transición de la zona de yesos a la de arenisca y arcilla, donde el paisaje cambia de forma, de colores y de especies vegetales (suponemos que animales también). El profesor Mata-Perelló nos impartió una estupenda clase sobre cómo se originó este sistema geológico y sus implicaciones (por ejemplo, en la aparición de surgencias de agua).

A partir de aquí, los relieves de las grandes rocas de arenisca configuran un singular paisaje de crestas casi verticales de considerable altura. Se trata de las rocas del anticlinal de Tamarite, formado por la presión geológica de derivada de la formación del Pirineo, que configuran un patrimonio paisajístico de primer orden que son (o deberían ser) signo de identidad de esta parte de la comarca. Se observa que en la zona debió existir una importante presión demográfica en el pasado. Así lo indican las numerosas marcas existentes en las rocas areniscas (petroglifos), con una gran diversidad de signos y hendiduras, lagares rupestres, arnales, etc.

Un poco más abajo, a la izquierda del camino descendente, nos esperaba una sorpresa mayúscula: los rastros de una playa fósil (similar a la de Peralta de la Sal, con el mismo tipo de material geológico y de la misma época, del Oligoceno), indicio de la orilla de un mar o lago de hace unos 30 millones de años, según los expertos que nos acompañaban. Otro elemento digno de preservar, estudiar y divulgar. Tan lejos del mar y en Tamarite tenemos una playa.

Tras descender un poco más, giramos hacia el este para empezar una leve subida en paralelo a la línea imaginaria marcada por las innumerables crestas de roca arenisca. Olivos y encinas son los árboles predominantes en esta zona, con algún almendro intercalado (que ya empieza a sufrir por la ausencia de lluvia de este verano), así como una multitud de hierbas y matorrales aromáticos que perfuman el aire. En estos momentos, las nubes se habían retirado y el sol se empezaba a dejar notar.

Tras un rato de suave subida, la expedición llegó a uno de los principales enclaves arqueológicos de la comarca: la fortificación de Los Castellasos. En un altozano que domina la extensa llanura literana, el perímetro del castillo formado por gruesos sillares de roca es más que evidente, así como la base de una gran torre cuadrada. Sobre el terreno se observan indicios de las prospecciones (valladas y protegidas bajo lonas) realizadas por arqueólogos del Institut Català d’Arqueologia Clàssica (ICAC) de Tarragona durante los últimos años. Aunque tradicionalmente se había considerado una fortificación de la época romano-republicana, actualmente se tiende a considerar de época islámica, aunque por los alrededores se encuentran restos constructivos y materiales de épocas muy variadas (bronce, hierro, ibérica, etc.), que denotan que el conjunto ha sido habitado durante miles de años. El lugar de los ancestros literanos, sin duda.

Siguiendo hacia el sureste, esta vez ya en el término de Alcampell, fuimos al encuentro de un enorme lagar rupestre labrado en una imponente roca arenisca, cosa que confirmaría que el cultivo de la vid debía ser importante en la zona durante siglos. Lástima que la modernización agraria de los años 60 y 70 acabara con ello y la Litera se haya quedado al margen de la revolución del vino de las últimas décadas.

Algo más abajo, pudimos observar una roca con unos signos extraños, breves canalizaciones y cubículos excavados, conocida entre los arqueólogos como la ‘roca del sacrificio’. Por lo visto, la disposición de las hendiduras da pie a pensar que era un lugar donde sacrificar animales y recoger la sangre vertida.

Volviendo a subir hacia la cresta rocosa y siguiendo en el término de Alcampell, tuvimos la ocasión de pasear por los restos íberos (se ha encontrado numerosa cerámica íbera y campaniense), un área que se supone habitada incluso desde épocas mucho más antiguas (edad de bronce y del hierro por algún hallazgo de las inmediaciones). Un espacio que algunos autores han denominado la ‘acrópolis religiosa’, debido a los supuestos templos y elementos religiosos del entorno. Caminando, se percibe que ha sido un lugar con una intensa ocupación humana, con caminos con márgenes hechos con sillares muy antiguos, restos de cabañas excavadas en la roca, etc. Todo muy deteriorado, claro está. Las dos esculturas íberas encontradas a principios del siglo XX por el mosén de Albelda parece que provenían de este lugar, según nuestros anfitriones.

Desde lo alto de dicha cresta rocosa, mirando hacia el noreste, se tiene una muy buena vista de varios valles de la sierra de la Chesa. En particular del frondoso valle generado por los dos brazos de la fuente de la Penella, una surgencia de agua de desagüe del sistema kárstico de las Chesas y que acaba en un pequeño lago (estany). El contraste entre la ocre sequedad de los yesos de las Chesas y el verde intenso de la coma de la Penella es chocante. Sin duda, en sus momentos de esplendor la zona debía parecer un vergel. Todavía impresiona.

El descenso desde la cresta rocosa hacia el valle de la coma de la Penella fue quizá el tramo más complicado de recorrer, pues no todas las personas del grupo (formado por edades de lo más dispar) tenían la agilidad necesaria para caminar por un desnivel tan pronunciado. Pero con la ayuda de unos y otros todo el mundo consiguió hacer pie en el fondo del valle sin demasiados problemas. Iniciamos entonces el itinerario de subida por un camino que constituye el límite del término municipal de Alcampell. Es curioso que, a pesar de ser pueblos vecinos, los términos municipales de Tamarite y de Albelda nunca llegan a tocarse debido a la extravagante forma del de Alcampell, que se cuela por el medio justamente en este lugar. No cuesta de entender por qué, a principios del siglo XIX, los señaladores del término de Alcampell decidieron quedarse con el camino de la Penella para unir la parte norte y la parte sur del mismo (seguramente para evitar el impuesto al tráfico de mercancías entre términos municipales).

El camino está en muy buen estado y bien señalizado como ruta ornitológica. Entrando de nuevo en el término de Tamarite, dejamos el camino un momento para subir a un altozano a mano izquierda, donde había excavada en la roca una balsa de tratar cáñamo. Se trata de una balsa descubierta recientemente, que ha sido limpiada y recuperada con ayuda de varios miembros de la organización de la caminata, en colaboración con el etnólogo oscense Eugenio Monesma. Todo parece indicar que la balsa se alimentaba por uno de los brazos de la fuente de la Penella, a la que posiblemente, llegaba el agua a través de un largo acueducto del que todavía quedan restos. El camino, enlosado a tramos, muestra indicios de una zona con importante actividad humana en un pasado remoto.

Tras volver al camino, siguiendo hacia Tamarite, pudimos pasar por delante del Litonero de la Penella, catalogado como uno de los árboles monumentales de Aragón (casi 20 metros de altura). Dado que ya se aproximaba el mediodía, el grupo se refugió del sol bajo su enorme copa, dejando pasar el tiempo entre charlas e historias (con mascarilla puesta, claro está). Quedaba un quilómetro y medio de camino para volver a llegar al punto de partida, para lo que había que atravesar una de las zonas más áridas de las Chesas, bajo un intenso sol y casi ninguna sombra. Una breve bandada de buitres estuvo sobrevolando durante un rato la comitiva, ante la mirada inquieta de algunos de los participantes.

En el trayecto, aún hubo tiempo de subir a una pequeña colina de yesos desde la que el profesor Josep María Mata-Perelló impartió una última charla sobre la orografía del entorno y los materiales geológicos que la componen. Una interesante lección sobre esta zona kárstica y los diferentes tipos de yesos, su composición y aplicaciones, su comportamiento ante los fenómenos tectónicos y la erosión, etc., que ayudó a entender muchas de las características constructivas de nuestros pueblos, edificados históricamente con rocas de yeso.

Aunque la distancia recorrida fue relativamente corta (no andamos más de 6 o 7 quilómetros), la gran cantidad de elementos arqueológicos y geológicos a ver, el excepcional paisaje y las intensas historias que el grupo organizador iba explicando, hizo que demoráramos varias horas en recorrer el itinerario. De ahí que no llegáramos de nuevo a la Torre Lasierra hasta las 13h. Sin duda hubiéramos podido ir más rápido, pero no hace falta tener prisa si lo que se pretende es disfrutar del viaje. Slow land.

En definitiva, un recorrido a recomendar, con una cantidad impresionante de información sobre nuestros ancestros y que debiera ser señalizada, registrada y contada como parte de nuestro patrimonio comarcal. Enhorabuena a los organizadores y esperamos que puedan programar esta ruta con frecuencia en el futuro Parque Geológico y Minero de La Litera y La Ribagorza. Vale la pena y nadie debería perdérsela.

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