¿Un regreso al pasado en lugar de un avance hacia el futuro?

Crónicas del colapso

crónicas del colapso(Puedes leer primero la presentación de la serie «Crónicas del colapso»)


 

Se trataba de un domingo dedicado, como de costumbre, a comer junto a la familia. No eran de esa gente que pudiese presumir de sus riquezas, así que acostumbraban a comer arroz con conejo acompañado de algo de pan que solía traer la hermana de Pedro.

Pedro tenía 30 años y convivía junto a su mujer Laura, sus padres y sus dos hijos Sofía y Hugo. Todos ellos vivían en una casa situada al centro de una pequeña ciudad de la que ya no se podía presumir como cuando la habían comprado, allá por el 2018. Había pasado el tiempo, y ya poco quedaba de aquella ciudad tan acogedora. Seguía habiendo dignidad pero ahora se respiraba pobreza como consecuencia de los problemas surgidos a raíz del agotamiento del petróleo.

La hermana de Pedro acostumbraba a ir a comer junto a su hija pequeña a casa de sus padres y de su hermano. Ésta vivía cerca, en una localidad en la que parecía que las consecuencias del colapso no habían sido tan visibles.

Años atrás el gobierno había restablecido el servicio militar, no corrían tiempos de prosperidad y nunca se sabía a qué punto podían regresar las viejas ambiciones de acumular riquezas como antes de la desaparición del petróleo.

Aquel día familiar parecía marchar como siempre. Se comía entre risas y recuerdos de buenos momentos. Algunas anécdotas que habían perdurado hasta aquel entonces relatadas por el abuelo. Pero de repente una llamada inesperada hizo corromper ese buen ambiente que se había generado. Se trataba de un antiguo compañero militar de Pedro que le informaba de que un país vecino, agobiado por su falta de recursos, harto de depender de la caridad y ser uno de los más ignorados, había decidido declararnos la guerra. El gobierno vecino no había entrado en razón. Querían hacer suyas las fuentes de extracción de las diferentes fuentes de energía encontradas por el momento como sustitutos del petróleo. Y ahora nuestro gobierno acababa de ordenar la movilización general.

Cuando Pedro comentó que debía incorporarse a filas, su madre y su esposa rompieron a llorar, su hermana quedó paralizada, y no tardó en actuar de igual manera que su madre y su cuñada. Sus hijos no comprendían nada, todavía eran pequeños y apenas sabían pronunciar palabra. Su padre no paraba de maldecir al gobierno y al sistema que les había tocado vivir y que, si no hubiesen sido tan conformistas y egoístas, actualmente no tendrían que sufrir esa clase de sobresaltos. Pedro, en cambio, no decía nada, permaneció callado y pensativo, preocupado por la situación que estaba por llegar tras su partida. Parecía que viviesen en los años 30, era una locura, parecía surrealista.

A la mañana siguiente Pedro marchó. Se despidió de su familia y regaló un pequeño colgante a cada uno de sus hijos que conservaba en su armario, indicándoles que gracias a ellos podrían recordarlo y que, con su recuerdo, harían que él estuviese bien.

Pasó mucho tiempo, las noticias acerca eran escasas. El terror en todo el país iba en aumento. La escasez y la crisis proseguían y la guerra no acababa. Los familiares de Pedro comenzaban a preocuparse y no sólo tenían que soportar la ausencia de un familiar, sino que el miedo seguía presente en las calles, en las propias casas, la gente comenzaba a comportarse de una manera inaguantable, todos temían por la vida de sus hombres. La gente no comprendía cómo se podía haber llegado a esa situación.

Los domingos ya no eran los mismos, la ausencia de Pedro cada vez era más insoportable, los niños apenas recordaban su rostro, sus padres envejecían y les preocupaba cada vez más morir sin ver regresar a su hijo. Tras un par de años de incertidumbre, las noticias llegaron como una lluvia fina. En los telediarios anunciaban la victoria sobre el indeseable enemigo. Era hora de que las cosas empezasen a tomar su curso normal. Sin embargo, se desconocía el paradero de Pedro, semanas después del fin de la guerra, éste seguía sin aparecer por casa, su familia empezaba a hacerse a la idea de que jamás volvería. Pero una noche, después de que la familia encendiese las velas, Laura salió a sacar la basura y, cuando abrió la puerta, divisó una sombra que se aproximaba hacia ella llamándola por su nombre con alegría. Ella al principió tuvo miedo, pero no tardó en recordar y reconocer aquella voz. Esa era la voz de su marido quien gritaba: ¡Al fin te tengo conmigo!

Pedro regresó a casa de nuevo, junto a su familia y sus amigos, contento por su victoria y agradecido por regresar sano y salvo.

Tu publicidad






Banner 3
Aquí tu publicidad
Sitio web

Otras noticias

Ir al contenido