Tormenta sónica en Alcampell con The Braguetazos

Cuando subieron al escenario ya se olía el peligro.

Pep Espluga

El pasado sábado 17 de julio The Braguetazos fueron un refrescante huracán en la breve plaza mayor de Alcampell, una tormenta de decibelios como no se recordaba desde los buenos tiempos. Sobre el escenario, tres músicos. Un bajista con el instrumento colgado más abajo de donde lo solía llevar Paul Simonon, un guitarrista con una guitarra tan diminuta como efectiva, áspera como una lija, y un batería exultante que marcaba un ritmo nervioso e imprimía la necesaria aceleración que hacía despegar al grupo.

Con un repertorio formado por una acertada combinación de temas propios y versiones, The Braguetazos dispararon con pólvora sónica durante algo más de una hora, sin bajar el ritmo y sin concesiones. A todo trapo. Una refrescante propuesta inspirada en un punk-rock de aires psychobillies, con unas gotas surferas y mucho de blues del pantano, pero todo ello rebozado por una fina capa de ironía abocada a la diversión nocturna. Fue como si los Clash, los Ramones y los Cramps se hubieran citado para tocar mezclados en la plaza de Alcampell, y se les hubieran sumado Siniestro Total de monaguillos (el escenario era la escalera de la iglesia), emitiendo un sonido sucio y compacto, un ruidismo premeditado capaz de despeinar el flequillo al rocker local más aguerrido (Pastoret never dies!).

Con un equipo que sonaba como un cañón (literal) y un juego de luces minimalista pero eficiente, The Braguetazos animaron la noche alcampelense tal como mandan los exigentes cánones del rock en directo. Un concierto contundente y con sabor, del que sólo podemos lamentar la ausencia de sudor, pues las estrictas normas de lucha contra la pandemia obligaron al público a seguir el concierto sentado y a mantener una mutua distancia prudencial. Es el signo de los tiempos, pero ello no fue un obstáculo para que el rock fluyera por todos los poros.

El sudor corrió por el escenario. Además de canciones excitantes, The Braguetazos tienen una notable presencia escénica y, aunque debido a su ecualización ruidista no sea fácil entender sus letras, son capaces de transmitir emoción y de comunicar la urgencia de vivir y de pasarlo bien antes de morir. Y todo ello sin concesiones, pues se permitieron el lujo de hacer improvisaciones, de distorsionar el sonido de la guitarra durante largos minutos mientras bajo y batería galopaban sin freno, y de meterse con el público cada vez que tenían ocasión.

Un público que estaba equitativamente distribuido por la plaza, cada cual sentado en su silla, guardando la simetría, con un sector aplaudiendo a rabiar tras cada canción y una mayoría atenta y cabeceando al ritmo de la banda. José Luis Arilla ‘Pirilli’, Mario Grasa y Marco Antonio Izquierdo finalizaron el show con la canción que da título a su reciente EP, ‘Sois unos idiotas’, que una parte del púbico coreó con ganas, de tal manera que el mensaje iba y venía del escenario a la plaza y viceversa, en un bucle recursivo de idiotez sin pausa pero bien distribuida. Avisados estáis. Si buscáis una propuesta escénica que os haga mover el cuerpo y la mente, que os conecte con el escenario y os transporte a las doradas playas de un rock peligroso, agitado y con un punto paródico, no os perdáis sus próximas actuaciones. Eso sí que sería de idiotas.

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