Decenas de miles de personas en las calles. En todas las ciudades de Catalunya. Indignación. Gritos y consignas. Quizás ya no es como esa primera vez. Tiene un punto de rabia descafeinada
Entre una marea de lazos amarillos un hombre encolerizado va gritando “puta España”. Grita mientras da vueltas visiblemente fuera de sus casillas. Una abuela, con su estelada en la espalda, le recrimina: “No, así no”. A lo que el hombre no puede contenerse y añade “me cago en los putos españoles de mierda”. La mediadora de la capa vuelve cabizbaja tras su fracasada intervención.
En los entornos donde hasta hace nada estaba la frikiacampada de los proTabarnia, en la plaza Cataluña de Barcelona, se instala una tarima. No sé si los de Boadella han plegado sus tiendas, aunque sí se ven restos de la otra frikiacampada, la de los indepes, en el otro extremo de la plaza. Al más puro estilo hiphopero, desde esa misma tribuna se piden tres minutos de ruido contra la represión. A ello le sucede una arrítmica cacofonía de aplausos desacompasados, gritos de libertad a destiempo y golpes en los culos de las cazuelas que acaban por irritar los oídos, no creo que los de Mariano Rajoy, pero seguro que de la horda de guiris que se lo miran con curiosidad desde lejos.
Una mujer, de claro subidón, empieza a pedirle a su acompañante perruno que ladre contra la represión estatal mientras pega botes dandole con una cuchara a su olla. “És l’hora del poble!” se grita desde la tribuna, antes de repetir una sarta de clichés que ya empiezan a sonar hasta obscenos a la visto de lo ocurrido.
Todo tiene un triste regusto a déjà vu. Ya lo decíamos ayer. Esto necesita un golpe de guión.
Quizás es el que intentan dar los CDR ante la Delegación de Gobierno, donde se producen los primeros episodios tensos con las fuerzas policiales. Los Mossos reparten hostias como panes para custodiar el despacho de Millo. Hasta algún periodista, con brazalete acreditativo, recibe. 29 heridos leves, según el SEM. Un esprai pinta una furgoneta policial: “Mossos, fuerzas de ocupación”. Unos cuantos gritos. Tensión subida de tono. Visto así, tampoco es que sea el summum de la originalidad. No es un déjà vu a lo de octubre. Es un déjà vu a los 90.
Decenas de miles de personas en las calles. En todas las ciudades de Catalunya. Indignación. Gritos y consignas. El TNC suspendiendo sus sesiones. Emotivo minuto de silencio en el Palau Blaugrana en partido de Euroliga de básquet. Vale, nos enfadamos. Vale, hay rabia en las calles. Quizás ya no es como esa primera vez. Tiene un punto de rabia descafeinada.
Parece triste pero a la gente ya no le saltan las cejas de la cara al oír que un gobierno casi entero está entre rejas. Que la presidenta del Parlament está entre rejas. Que sumamos otra líder política más a las listas del exilio. Que mañana hay una sesión de investidura con, ¡tachán!, un candidato entre rejas.
Y corremos ese cierto riesgo de banalizar lo que pasa. Y lo hacemos.
Ya parece hasta normal que el señor Llarena haga filibusterismo dialéctico para justificar todo esto. Que hable de “pertenencia a un amplio colectivo de solidaridad con la causa” como grupo organizado. Que a un programa electoral lo llame “plan criminal”. Que llegue a comparar las manifestaciones del 20 de septiembre con una “toma de rehenes con disparos al aire” incluso apelando que gritar “No pasarán” es apelar a la guerra civil (sic). Que, vale, que reconoce que quizás no hubo violencia, pero que no es lo mismo violencia que actuar violentamente. Que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, vaya. Y que eso sí que lo hicieron los procesados. Lo de actuar violentamente, se entiende.
Yo opto por que a este hombre le den el próximo premio Planeta. O, mejor, una silla de la RAE. La V, de actúa violentamente. Podríamos empezar a recoger firmas, aunque a lo mejor nos empura una pertenencia a banda armada. Armada de bolis y papeles de firmas.
En fin.
Retorno a la cárcel para los cinco. Turull, Forcadell, Rull, Bassa y Romeva. Y a 24 horas de tener una sesión de investidura sin nadie para investir.
Y todo a pesar de que precisamente ayer las Naciones Unidas le tiraran de la oreja precisamente al señor Llarena justamente por haber negado el derecho a Jordi Sanchez a participar de su sesión de investidura a principios de mes. Y pidió el Comité de Derechos Humanos al Estado que rectificara la negación de los derechos políticos a una persona todavía sin juzgar. En prisión preventiva. Y el juez Llarena demostró cual fue su forma de rectificar. “Derechos humanos, ¿derechos humanos? los que tengo aquí colg….”.
Por cierto, que el Consejo de Ministros también decidía justo ayer impugnar la ley que garantizaba la sanidad universal en Catalunya, aprobada el pasado junio en el Parlament. Una ley que debía garantizar a los sin papeles la atención sanitaria, cosa que pareció no gustar en Moncloa. Nada, otra peligrosa ley dictatorial secesionista rescatada por el gobierno Rajoy.
Y al cierre de este articulo, y a pesar de las peticiones de suspensión del clan 155, Roger Torrent mantenía la sesión de investidura para el sábado. A partir de las 11:30 se espera un nuevo capítulo por lo menos kafkiano. Una sesión de investidura con su protagonista entre rejas. Turull, quien entró a la sala del Supremo entre lágrimas como quien sabe cuál es su destino al final del pasillo, pedía por boca de su abogado que no se suspendiera la sesión “por dignidad”. Y no sé si por dignidad pero la sesión sigue en pie.
Si pedíamos giros de guión, basta señalar que este elemento no lo habíamos tenido antes, pero, francamente, parece insuficiente para generar el giro que todo esto necesita. De momento no queda claro qué pasará esta mañana con la sesión.
Tampoco queda claro en qué sitúa todo esto a las CUP, que vuelven a tener el timón de todo. Y ya lo han dejado claro: si es por la república, no hay problema, pero queremos ver la pala con la que enterráis el procés y el autonomismo.
Y eso es lo que no queda todavía claro. A riesgo de que el procesismo mute en exactamente esto, un victimismo 2.0 que nos instale en un nuevo bucle eterno del que algunos sepan pescar y convivir con él. Aunque ya sabemos que incluso las situaciones más aberrantes se normalizan con la más pasmosa velocidad. Y ese es un riesgo que corre un independentismo que ya no puede ocultar estar tocado por tener casi todos sus referentes en chirona o con los pies en polvorosa.
O alguien da un golpe encima de la mesa para conseguir pasar este eslabón atrancado o nos veremos instalados en un déjà vu constante. La sesión de investidura de Turull del jueves fue anodina por eso; lo de ayer con Llarena, manis en la calle incluidas, también. Seguimos necesitando un golpe de guión. ¿Serán los CDR quienes lo impongan?