Este año se cumplen 120 años del llamado “Desastre del 98”, o lo que es lo mismo, del fin de España como potencia colonial
El enfrentamiento con Estados Unidos puso fin a una guerra que se había iniciado en 1895 contra los insurgentes cubanos, en la que murieron miles de españoles que fueron enviados a combatir sin preparación ni equipos adecuados, y a los que se alimentó de forma escasa durante su estancia en la isla. Como es bien sabido, la mayoría de los soldados españoles fueron jóvenes jornaleros y labradores, mientras las clases acomodadas, gracias al dinero, evitaron el sacrificio de sus hijos.
También decenas de literanos fueron reclutados para luchar en la guerra, y aunque muchos tuvieron suerte y lograron sobrevivir, muchos otros fallecieron. El número exacto es imposible de determinar, sobre todo porque algunos de los cuerpos fueron enterrados sin identificar. La Asociación Cultural Regreso con Honor, impulsada desde nuestra Comunidad Autónoma, calcula que más de 3.600 aragoneses perdieron la vida en la isla caribeña. De momento, y mientras esta Asociación sigue recuperando la memoria de nuestros combatientes en Cuba, me voy a basar en los listados del Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, completados con testimonios de otras fuentes.
Aparecen así 37 fallecidos, y de muchos conocemos la causa de la muerte, resultando curioso comprobar cómo solamente tres de ellos murieron en combate, siendo las causas más comunes el fallecimiento por enfermedad común y el temible “vómito”. Este no era otro que la fiebre amarilla, cuyo mosquito transmisor, que no parecía atacar a los nativos, era conocido por estos como “el gran patriota”, por la cantidad de soldados españoles a los que causó la muerte. Hay que señalar también la muerte de un soldado natural de Camporrells al que la angustia empujó al suicidio.
Y es que, aunque Benito Coll pronunciara en el mitin de Binéfar que “para defender el pabellón nacional en Cuba, los hijos de esta comarca se han alejado de su hogar con verdadero entusiasmo”, la realidad no fue exactamente así. El ilustre filólogo pronunció esta frase pensando sin duda en su hermano Guillermo, que debió partir hacia la isla como voluntario, ya que es impensable que con su posición social, la familia careciera de las influencias o el dinero (300 duros) que habrían impedido que el joven participara en la guerra. Sin embargo, y aún sin descartar la existencia de algún otro voluntario, lo cierto es que bastantes intentaron evitar su alistamiento mediante la formulación de recursos de alzada contra el llamamiento a filas, aludiendo a situaciones personales o a carencias físicas. Algunos tuvieron éxito en sus reclamaciones y otros no, por lo que al menos una decena de jóvenes de nuestra comarca se rebelaron convirtiéndose en prófugos o desertores.
De los supervivientes, varios fueron heridos antes de que acabara la guerra y repatriados, lo que no impidió que fueran después destinados a otro regimiento peninsular para terminar su servicio. Antes pasaban por los sanatorios de la Cruz Roja, encargados de ponerles en condiciones de poder regresar a sus hogares y retomar la vida militar. El pueblo de Binéfar, por iniciativa del alcalde y del párroco, manifestó su solidaridad con el Sanatorio de la Cruz Roja de Zaragoza, por el que pasaron varios literanos, con una importante donación de dinero, ropa y alimentos.
Los que, sanos o enfermos, resistieron hasta el final de la guerra eludiendo balas, machetes y mosquitos, tuvieron que sufrir las penosas condiciones del regreso, y es que los soldados abandonaron la isla en barcos atestados sin las condiciones higiénicas adecuadas, por lo que hubo un número importante de fallecidos en el trayecto. El batallón San Quintín Peninsular, por ejemplo, al que pertenecieron un número importante de combatientes literanos, fue embarcado en el vapor “Reina Cristina”, que llegó a Cádiz el 15 de diciembre de 1898, habiendo fallecido 9 de sus miembros en el trayecto. Una vez en Cádiz, se les socorrió con 15 pesetas y un traje, lo justo para dirigirse hasta Madrid, donde se les entregó algo más de dinero con el que consiguieron llegar a sus hogares, donde fueron recibidos desnutridos, enfermos y destrozados anímicamente, quedando en la memoria algún caso de jóvenes que no fueron reconocidos por su propias madres.
Los que tuvieron la suerte de participar en algún combate significativo, recibieron una medalla y una mísera pensión si habían resultado heridos (2,5 pesetas mensuales la más habitual), pero otros tuvieron todavía que enfrentarse a otra penosa cuestión, la reclamación de los haberes, sueldos retrasados y pensiones, y es que el Gobierno, bien por impotencia económica, bien por olvido voluntario, atendió de forma muy deficiente estas legítimas reclamaciones. De hecho, para entonces todavía se debían muchos de los salarios derivados de la anterior Guerra de Cuba, también llamada Guerra de los 10 Años (1868-1878). Caso sangrante fue la reclamación de María Bría, madre y heredera de Antonio Buira Bría, natural de Alcampell y fallecido poco tiempo después de licenciarse como consecuencia de la tuberculosis contraída en la isla, que mantuvo una lucha de más de 40 años reclamando un dinero que le pertenecía por derecho propio.
Reproduzco aquí la lista de los fallecidos, una lista incompleta y con errores, ya que en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra aparecen pésimas transcripciones de los nombres de los fallecidos y de sus lugares de origen, pero con la que intentaremos recuperar su memoria a la vez que les rendimos nuestro pequeño homenaje:
NOMBRE |
POBLACIÓN |
CAUSA DE LA MUERTE |
Antonio Chicote Samull |
Albelda |
Vómito |
José Mascaró Ferrer |
Albelda |
Enfermedad común |
Antonio Pascual Clavera |
Albelda |
Vómito |
Joaquín Brualla Ibarz |
Alcampell |
|
Antonio Coll |
Alcampell |
Enfermedad común |
Pedro Santisteve Coll |
Alcampell |
|
Ramón Senoy Cruz |
Alcampell |
Vómito |
Manuel Solano Cristóbal |
Alcampell |
Enfermedad común |
Ramón Zanuy Lacruz |
Alcampell |
Vómito |
José Altemir Comas |
Azanuy |
Enfermedad común |
Francisco Avellanas Caballero |
Azanuy |
Vómito |
Pedro Solanellas Tello |
Altorricón |
Enfermedad común |
José Llano Eriste |
Baldellou |
Vómito |
José Garreta Murillo |
Binéfar |
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Francisco Ibarz Ibieca |
Binéfar |
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Pedro Ibarz Ibieca |
Binéfar |
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José Adillón Safón |
Calasanz |
Campo de batalla |
Pedro Pallás Tiermo |
Camporrells |
Suicidio |
Pedro Vidal Rius |
Camporrells |
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Modesto Villoria González |
Camporrells |
Enfermedad común |
Francisco Espiance Ferrer |
Castillonroy |
Enfermedad común |
Fernando Esteban Espluga |
Castillonroy |
Enfermedad común |
Francisco Almunia Abril |
Esplús |
Campo de batalla |
Cosme Vella Prieto |
Esplús |
Enfermedad común |
Francisco Zapata Burón |
Esplús |
Enfermedad común |
Agustín Bravo Guillén |
Peralta de la Sal |
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Jaime Castell Meler |
Peralta de la Sal |
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Serapio García Expósito |
Peralta de la Sal |
Vómito |
Antonio Ruiz Solsona |
Peralta de la Sal |
Vómito |
Antonio Badía Fantobes |
San Esteban de Litera |
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Ramón Sabes Latorre |
San Esteban de Litera |
Enfermedad común |
Ramón Sabes Andoles |
San Esteban de Litera |
Vómito |
Joaquín Sobrevía Arenilla |
San Esteban de Litera |
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Mariano Guillera Gombau |
Tamarite de Litera |
Campo de batalla |
José Huarte |
Tamarite de Litera |
Vómito |
José Nadal Medina |
Tamarite de Litera |
Vómito |
Joaquín Ronca Nadal |
Tamarite de Litera |
Enfermedad común |
Sin duda, para nuestra comarca la guerra significó una cruel e inútil sangría humana, pero también la pérdida de una oportunidad de oro para terminar con la miseria que implicaban la sequía y la demora en la construcción del canal de Aragón y Cataluña, algo de lo que Joaquín Costa era muy consciente y que le llevó a manifestar lo siguiente en su artículo «Un cuadro nacional con motivo del Canal de Aragón y Cataluña», publicado en 1897:
«Doscientos mil soldados y oficiales gastando cada día millón y medio de pesetas y dejando de ganar medio millón, representan el canal de Tamarite terminado en doce o quince días […] La desgracia de España viene principalmente de que no ha entrado aún en la conciencia nacional la idea de que la guerra contra la sequía tiene una importancia infinitamente mayor que la guerra con el separatismo cubano y filipino y no haber sentido ante ella las mismas alarmas que sintió ante esta y no haber hecho la una los mismos sacrificios que no ha vacilado en hacer por la otra; de que no confió a los Ingenieros y a los Maestros el raudal de oro que ha prodigado, triste suicida, a los Almirantes y Generales.»