Hace 75 años que finalizó la Guerra de España, pero la represión del régimen dictatorial de Franco no hacía más que empezar. Se desarrollaría durante casi 40 años, sometiendo a todo aquel que pensara de distinta forma.
Fueron años de muchas penurias, no sólo por los daños causados por el episodio bélico y por las consecuencias típicas de cualquier conflicto de tales características -que derivan en la pobreza, que sufre muy particularmente la población civil- sino que fueron unos años de persecuciones, encarcelamientos, torturas, asesinatos y fusilamientos sumarísimos ilegales, que no se regían tan siquiera por los derechos básicos a la defensión del acusado y el derecho internacional.
Alcampell y los pueblos de la comarca de la Litera sufrieron especialmente dicha represión. Llegada la democracia, las familias anhelaban que se hiciera justicia y sobre todo, poder determinar el paradero de sus padres, madres, tíos, tías, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas y demás seres queridos, para así acabar con el luto silencioso y cerrar las heridas que durante tantos años habían quedado abiertas.
He de hacer especial hincapié, para poder entender el sufrimiento de nuestras familias, en que uno de los traumas más importantes para las mismas es el no saber dónde se encuentran los restos de sus seres queridos, lo que hace que durante toda la vida los sigan buscando, a veces hasta la desesperación y desde el dolor, no pudiendo superar el duelo. Éste es principalmente el caso de las guerras y conflictos, y más concretamente el que sufrió España con la dura represión del franquismo en la postguerra, que dejó sembrada de cadáveres nuestra geografía, en cunetas o tapias de cementerios. Los científicos psicoterapeutas lo denominan “transición intergeneracional del trauma” dado que esta situación se hereda de generación en generación y son los descendientes quienes llevan sobre sus hombros el peso de lo ocurrido, este es el caso que nos ocupa.
Por ello una de las prioridades de Ángeles Blanco -nieta de fusilado- al frente de la corporación municipal de Alcampell y de los familiares de los republicanos fusilados desaparecidos, fue la de intentar localizar los cuerpos de los seres queridos. Después de varios intentos de localización, en Alcampell, en Albelda y en Binéfar, sin resultados positivos, a los pocos días y por casualidad, uno de los hijos de los desaparecidos encontró restos humanos en la partida del “Regué”. Tras la comunicación a las autoridades y al juzgado, se hizo la exhumación de los cadáveres y se certificó el hallazgo de los seis cuerpos, en los que uno de los cráneos tenía un orificio de bala, posiblemente el tiro de gracia. Fue el día 7 de abril de 1986, el mismo día y mes en que los fusilaron. Una semana más tarde, el 14 de abril, los enterramos en el cementerio de Alcampell. Pero todavía hoy, 28 años después de la exhumación, continuamos sin saber dónde se encuentran los otros 11 cadáveres, de un total de 17.
Por ello, desde el Ateneo Republicano de Binéfar y Comarca hemos programado un homenaje a los represaliados republicanos que se celebrará el próximo domingo día 13 de abril a las 10:00 horas en Alcampell en la Plaza España y a las 12:00 horas en Binéfar, en el monolito erigido en el lugar dónde fueron fusilados los republicanos de la comarca –salida dirección a Monzón, junto a Electricidad Palacín-. Estos actos reciben el soporte del Ayuntamiento de Alcampell y de los familiares de las víctimas, que invitan a la participación de la población de la comarca de la Litera.
Hacer memoria, recuperarla, no es alejarnos del presente, porque éste -aunque se pretenda- no está separado de un pretérito que quedó enterrado con los muertos y – como muchos de ellos-, de cualquier manera, sin nombre, en lugares desconocidos.
Miñarro y Morandi, psicoanalistas, en un estudio publicado en 2011, comentan que aquello que se reprime tiene tendencia a retornar, de diferentes formas: a través de síntomas, sueños o lapsus.
Igualmente mantienen que, cuando no hay recuerdo, el síntoma -como sufrimiento- se instala en el lugar de los sucesos olvidados, conmemorando un suceso traumático. Es a través de la rememoración que puede desanudarse. El tiempo de paz posibilita recuperar esa trama que acompaña al sujeto y deshacer el silencio. Recordar y elaborar logra efectos de apaciguamiento, por ende terapéuticos. Por tanto hay que propiciar espacios en los que se pueda testimoniar, compartir experiencias y encontrar salidas al enquistamiento del trauma histórico.
En el Estado Español, pese a haber sufrido una de las dictaduras más antiguas y largas de nuestra historia contemporánea, sólo recientemente se ha comenzado el trabajo de recuperación impulsado desde algunas instituciones y desde los estudios que aportan historiadores y periodistas. Este retraso es la consecuencia del exilio forzado de muchos ciudadanos, del arrasamiento económico y cultural que ha sufrido este país y del pacto no escrito entre los partidos que lideraron la transición política española para silenciar la memoria histórica.
En cambio, en el resto de Europa estamos siendo testigos de unas tendencias históricas diametralmente opuestas. Algunos individuos, organizaciones y Estados intentan asumir su pasado y plantean un proceso histórico de examen de consciencia, mientras otros tratan de reescribir la historia y confían en que no se enfoque su “negro” pasado. Debemos recordar que un país sin memoria es un país abocado a repetir los mismos errores del pasado.
En nuestro caso, al formar parte de la última generación que tendrá la oportunidad de conocer personalmente a parte de los supervivientes y su voluntad firme de sobrevivir al conflicto, decidimos tomar esta iniciativa, pretendiendo con ello:
Aportar al reconocimiento simbólico del silencio y entierro de la memoria que tanto daño ha hecho a este país, no sólo a la salud mental individual de muchas familias traumatizadas por el miedo y el dolor no-dicho, sino también a la afectación de la capacidad de disentimiento, de diálogo libre, de crítica ante la vida social, política y cotidiana del país.
La obtención de datos concretos nos permite conocer los efectos que produce en los sujetos y en las generaciones; y ayudará a muchos ciudadanos a recuperar el sitio que les corresponde, el cual, injusta y dolorosamente les fue arrebatado.
Abogar por el reconocimiento implica encontrar herramientas que ayuden a nombrar, calmar y dar sentido al sufrimiento, y a abrir las fosas del olvido que se han creado en la intimidad de cada uno (Miñarro, Morandi; 2011).
Desde determinados medios, y desde la derecha de este país, critican este tipo de homenajes alegando que reabren las heridas de nuestro pasado más remoto y han legislado de forma que las familias no tengan posibilidad de encontrar los cuerpos de sus familiares queridos y así poder cerrar el proceso de duelo, esas son las heridas que aún no están cerradas, que ahondan en el seno de dichas familias y por lo tanto de la sociedad.
Muchas veces desde Europa se han querido dar lecciones a países de antiguas dictaduras, sobre todo en latinoamérica, de cómo hacer el paso a la democracia utilizando el caso de la transición Española como un proceso ejemplar, bien hecho y de conciliación entre las partes. Después de tres décadas esos países han juzgado a los dictadores y los crímenes de lesa humanidad, pero en España seguimos sin solucionar los problemas de derecho internacional de nuestro país, que hacen cuestionar la base democrática española y hasta la presidencia del Estado.
En gran medida, parte de la situación actual de la crisis viene determinada por no haber hecho bien las cosas, heredando viejos vicios del estado dictatorial -como la corrupción, el amiguismo y los métodos impositivos- que aunque se quisieron superar durante la transición, estos no sólo han perdurado sino que se han creado los mecanismos para que se amplíen jugando con las brechas legales de unas leyes complejas y enrevesadas y un poder judicial también heredero del franquismo.
Las heridas siguen abiertas, ya que cada vez más se alzan las voces de nietos y biznietos de los represaliados. Entre todos debemos hacer un acto de reflexión y de praxis para cerrar esas heridas, con el fin de poder avanzar como sociedad hacia un estado democrático real.