Los habitantes de la Franja hablan catalán pero viven en Aragón. En muchos casos, se sienten como si hubieran nacido en tierra de nadie, ignorados desde un lado y desde el otro
Tea (cuatro años) y Manel (seis) juegan en la piscina de Alcampell y hablan en catalán, su lengua materna. Sin embargo, toda su educación será en castellano y, si algún día quieren trabajar como funcionarios en Catalunya se tendrán que examinar del nivel C de catalán, ya que el pueblo de donde son pertenece administrativamente a Aragón. Viven, de momento, ajenos a la condición de frontera; posiblemente no sepan qué significa o cómo puede llegar a manifestarse en su identidad. Esto es la Franja y sus habitantes se mueven entre la jota aragonesa y una lengua, el catalán, que muchos (sobre todo la clase política) insisten en politizar. En este pequeño rincón, olvidado entre las montañas pirenaicas y la plana de Lleida, el procés se ha vivido de distintas maneras. Vinculados estrechamente a Lleida y Tarragona, pero sin una identidad catalana evidente –aunque tampoco aragonesa-, los habitantes de la Ribagorça, la Llitera, el Baix Cinca y el Matarranya, las cuatro comarcas que conforman la Franja, miran todo lo que pasa en Catalunya de reojo, algunos con más interés que otros, pero, a menudo, con escepticismo y cansancio.
La Franja ocupa unos 225 kilómetros de largo y entre 15 y 30 de ancho, y va desde el Pirineo oscense hasta Els Ports de Beceit, en Teruel. Es la frontera entre Aragón y Catalunya, un territorio poco homogéneo y con una identidad fluctuante, como suele ocurrir en las fronteras. De las 43.000 personas que habitan la Franja, la gran mayoría usa el catalán para sus interacciones cotidianas y, según Javier Giralt Latorre, profesor titular del Departamento de Lingüística General e Hispánica de la Universidad de Zaragoza –área de Filología catalana– “diferentes estudios certifican que casi el 100% de la población autóctona tiene la capacidad de hablar y entender el catalán”.
A pesar de todo, el 9 de mayo de 2013 se aprobó en las Cortes aragonesas, con los votos a favor del PP y el Partido Aragonesista (PAR), la reforma de la ley de lenguas de Aragón, por la que los habitantes de la Franja pasaban de hablar catalán a hablar la lengua propia del área oriental de Aragón, el controvertido LAPAO, que despertó las críticas tanto de la gente de la Franja, como de lingüistas e intelectuales de todo el Estado. De hecho, muchos ayuntamientos aprobaron mociones en contra: el primero fue el de Alcampell, con Josep Antoni Chauvell (PSOE) como alcalde. También las diputaciones de Huesca y Lleida mostraron su rechazo, así como el Institut d’Estudis Catalans (IEC).
Unos meses más tarde, en septiembre de ese mismo año, los partidos en la oposición presentaron un recurso de inconstitucionalidad (se alegaba que la ley vulneraba el Estatuto de Autonomía de Aragón de 2007). Dos años más tarde, y antes de que el Constitucional se pronunciara respecto al caso, el presidente del gobierno de Aragón, el socialista Javier Lambán, derogó la ley de lenguas y se recuperó la normativa de 2009, que reconoce la existencia de tres lenguas en Aragón: aragonés, castellano y catalán.
Alrededor de una mesa, con un quinto delante y apurando los últimos días de agosto, se sientan Iván Facerías (28 años) y Leticia Simó (30), ambos nacidos en Alcampell. Iván, graduado en Publicidad y Relaciones Públicas y ahora concejal independiente del Ayuntamiento de Alcampell, vive en el pueblo. Leticia, doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, hace 12 años que vive en Barcelona. Hablan catalán, pero no se consideran catalanes. Tampoco aragoneses. Sienten haber crecido en tierra de nadie, ignorados por unos y otros. “Hablamos una variante dialectal de frontera, pero es catalán. Cuando llegamos a Catalunya adoptamos las palabras y el acento del catalán estándar, un fenómeno conocido como diglosia. Nuestro dialecto retrocede a favor del estándar por un tema de prestigio. Eliminamos elementos fonéticos y léxicos de nuestra zona, pero casi sin darnos cuenta. No es que nos avergoncemos, pero a todos los efectos somos aragoneses que hablan catalán”. En los institutos de la zona, el catalán no tiene valor de obligatoriedad, a diferencia del inglés, y a causa del procés y la politización que se hace de la lengua, algunos en el pueblo se niegan ahora a aceptar que la variante que ellos hablan sea catalán. “El tema de la lengua en la Franja se ha gestionado fatal tanto desde Catalunya como desde Aragón. Hace 30 años, cuando se empezaron a dar los primeros movimientos por la reivindicación de la lengua, se ponía en un mismo paquete lengua e identidad y eso es ilógico”, asegura Joan Pallarés, de Alcampell y hasta 2017 profesor titular de Antropología Social en la Universitat de Lleida.
A la pregunta estrella –si se consideran catalanes o aragoneses–, Leticia e Iván sorben el quinto y se quedan en silencio. “¿Qué es ser catalán?”, pregunta Iván. “Estás abriendo la caja de Pandora”, ríe Leticia, quien prosigue: “Está claro que en esta zona tenemos un tema con la identidad. Es una pregunta sencilla que nosotros no sabemos responder. Yo no soy ni catalana ni aragonesa, no encajo con ninguna de las dos identidades y creo que es lo que le pasa a la mayoría de gente de aquí. Políticamente siempre hemos estado en tierra de nadie”. Ni Iván ni Leticia tienen una postura definida sobre la independencia, porque no creen que les apele. Iván cree, no obstante, que “los catalanes tienen el derecho a votar». Él dice que votaría que no.
la Franja
“En caso de una independencia, pocos territorios quedarían tan afectados como nosotros”, interviene José (28 años), que se acaba de unir a la conversación. “No sabemos si nos perjudicaría o beneficiaría porque nadie nos lo ha explicado. ¿Qué pasaría con el tema de los hospitales?”. También se queja de haberse sentido agredido por ambos lados: “Para los aragoneses somos catalanes, de hecho, siempre nos han llamado polacos, y para los catalanes somos aragoneses. Cuando yo jugaba al fútbol en tercera regional, siempre nos insultaban: catalanes de mierda”.
Las obras de Xixena, ¿punto de no retorno?
“A raíz del conflicto en Catalunya, en la Franja se ha explotado mucho el tema de la pertenencia de las obras de arte, que va ligado a la política. En diciembre de 2017, con la aplicación del 155 de fondo, 44 obras del Museu de Lleida fueron trasladadas al monasterio de Sixena. Esto se usó como una victoria de Aragón respecto a Catalunya por parte del gobierno de Aragón. Las obras de arte fueron el botín”, explica Àlvar Llobet, periodista y coordinador de la edición de Nació Digital en Lleida. Llobet considera que ha habido una fractura importante en la relación entre la Franja y Lleida. “El discurso de Navidad de 2017 de Javier Lambán (PSOE) fue desde el monasterio de Sixena, después del traslado de las obras y con estas como fondo. La Franja y Lleida siempre fueron primas-hermanas, pero en los últimos años he detectado la voluntad de deshacer ese vínculo con Catalunya y la voluntad, por parte del gobierno de Aragón, de españolizar la zona”.
Y, como buena parte de la ciudadanía, Àlvar Llobet asegura que la gente de la Franja está cansada del procés. “El debate en la calle ha ido a la baja. En 2012 o 2013 estaba muy presente en las conversaciones de bar, pero no ahora. Es un tema repetitivo que ha quedado en un segundo plano porque la gente está cansada. Hay la sensación de que nada se resolverá a corto o medio plazo”. Para Natxo Sorolla, profesor de Sociología en la Universitat Rovira i Virgili (URV) de Tarragona, investigador de la Xarxa CRUSCAT de l’Institut d’Estudis Catalans y natural de Pena-roja de Tastavins, en la comarca del Matarranya, el procés ha traído una polarización de actitudes. “Una eventual independencia polarizaría aún más las posiciones, sobre todo desde Aragón, y habría un aumento del sentimiento anticatalanista, que, por otra parte, no es un fenómeno nuevo. Sí que he detectado que con el procés se ha reforzado la identidad aragonesa, en oposición a la identidad catalana”. Sorolla asegura que en su comarca la gente opta por las televisiones estatales para informarse y que en el imaginario colectivo el procés ha sido violento.
Iván, desde Alcampell, mira toda la cuestión catalana con preocupación, ya que en algunos ayuntamientos cercanos pertenecientes a Aragón ya hay representación de VOX. Les preocupa no poder ir al hospital al que han ido toda la vida, les preocupa que se les diga que hablan LAPAO cuando siempre han hablado catalán. No les gusta que les llamen polacos en Huesca o pueblerinos en Barcelona. Les preocupa que jueguen y decidan sus identidades y sentirse jueces de línea de un partido de tenis en el que apenas ven pasar la pelota. Mientras Aragón y Catalunya continúen mirándolos desde arriba, las gentes de la Franja seguirán sospechando de una clase política que nunca ha mostrado ningún interés por ellas.
Artículo original de Queralt Castillo, periodista de Alcampell, reproducido en La Marea el 22 de octubre de 2019