Chascarrillos de los de antes

Chascarrillos de los de antes

Hoy he estado con un amigo de mi quinta somos del 59, la quinta del Rey Emérito. Mejor dicho, el Rey emérito es quinto nuestro, que no es lo mismo. Hemos tenido una conversación de humor negro, un humor que a mí, personalmente, me gusta como toda clase de humor.

Me gusta coleccionar recuerdos y curiosidades, fotografías, cromos, tarjetas postales, anuncios de películas de cine, etc. Entre éstas colecciones tengo una también de humor negro, aunque muy seria y que no es, ni mucho menos, para reirse. Guardo los recordatorios de defunción de las personas a quien he acompañado “en el sentimiento”, trasmitido a sus allegados vivos, naturalmente. Tengo unas quinientas, más o menos. Ahora la colección está en decadencia, pues con eso de los tanatorios, ya no tenemos costumbre de ir a los entierros, que es donde se dan los recordatorios. Los tengo ordenados por fechas de defunción y me congratulo, hipócritamente, de no tener la mía.

Perdón, me estoy yendo del encuentro de hoy con uno de mi quinta. Ha sido él quien me ha contado la anécdota de humor negro. Ha entrado entonces en escena otro quinto, que es el que llevaba el carro de los muertos aquel carro tan elegante que tuvimos en Binéfar durante tantos años y que, desgraciadamente, y como tantos recuerdos tradicionales, no se ha conservado.
El carro, de madera negra, con adornos de cortinas y telares del mismo color y elegantes detalles de rejas y barrotes pequeños de madera, de todo tipo, para un viaje acogedor, en el sentido más fúnebre de la palabra. Era tirado por una mula, con arreos negros y con una cabezana con tres receptores para aguantar otros tantos floreros oscuros, mejor dicho, para uno, para dos o para tres, floreros. Por tres vergüenzas, o por dos, o por una, o por ninguna. Tres, si el difunto era un potentado, más bien un ricachón, dos, si era una medianía, uno, si era un pobre y ninguno si no tenía donde caerse muerto. Las tres vergüenzas, que en otros lares, podían ser un caballo, dos caballos o tres caballos, y lo que es peor, un cura, dos curas o tres curas, Y aun dicen algunos que todos somos iguales. Ni ante el juez, ni ante Hacienda, ni en el entierro.
Bueno, pues el de mi quinta, me contaba, que dada su buena amistad con el chofer del carro, éste le dejaba ir sentado en el pescante del vehículo, al frente del cortejo fúnebre, y la anécdota, que me ha inspirado el escrito, fue que un día el carro, por un atascamiento de la dirección y un terreno embarrado, metió una rueda en el desagüe y volcó.

No voy a entrar en detalles de las escenas que se dieron, simplemente hago esfuerzos por imaginarme la cara que pondría el muerto.

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