Enrique Pueyo García, alcalde de Aínsa – Sobrarbe
Verano y buen tiempo es, desde hace un tiempo, sinónimo de festivales. Han crecido como setas en los últimos años. Eventos que llenan de alegría y de color todos los rincones de nuestra comunidad, en los que la gente puede disfrutar del arte, en cualquiera de sus formas, en plena naturaleza o en escenarios de película. Además, y lo mejor es que estas citas se celebran en poblaciones que durante el resto del año tienen pocas oportunidades, por no decir ninguna, de ver a artistas de la talla y caché que acogen en periodo estival.
La industria cultural de Aragón, que tiene más de 16.000 trabajadores dependientes, juega un papel esencial en la economía aragonesa. Los festivales son un buen escaparte para que los diferentes grupos puedan mostrar sus habilidades, también para los municipios que los acogen, y son una oportunidad para que vecinos y visitantes disfruten de propuestas muy diversas.
La historia de los festivales se remonta a más de 35 años atrás, cuando se comienzan a crear estos eventos en diferentes poblaciones, en su mayoría pequeñas, de nuestra geografía. Entonces fue el impulso del Gobierno de Aragón el que los hizo posible. Un apoyo que lamentablemente se fue difuminando con el tiempo, de forma más evidente bajo algunos gobiernos. Fue entonces cuando las diputaciones tomaron el relevo y se convirtieron en mecenas del arte, de la cultura y los festivales en el medio rural. El número de festivales ha ido aumentando paulatinamente hasta hoy, no hay fin de semana del verano ni mes en el año sin conciertos, proyecciones, representaciones, exposiciones…
Pero para que este motor económico siga impulsando el territorio, llenando de vida los pequeños municipios y haciendo de Aragón un referente cultural a nivel nacional, hace falta un apoyo decidido desde las administraciones. Hace falta más presupuesto, incrementar la ayuda que ofrecen las diputaciones, el gobierno autonómico y el Gobierno de España.
El esfuerzo que hacen los ayuntamientos debe ir acompañado de un respaldo presupuestario del resto de administraciones que no sirva solo como premio de consolación, sino que permita para mantener estas citas culturales. Es inconcebible dejar una sola sin financiación, retirar esa ayuda puede marcar la diferencia entre organizar una nueva edición o acabar con el mismo festival. El acceso a la cultura es un derecho de todas las personas, y me gustaría aquí poner en valor el gran trabajo que hacen los pequeños municipios para hacerlo efectivo. Su interés para que sean una realidad es la lucha de David contra Goliath.
Como también es de destacar la participación de los artistas en las diferentes citas. Que exista la posibilidad de poder actuar en diferentes lugares ayuda a estabilizar la precaria vida de los profesionales de la cultura. Por eso los festivales son un escenario fantástico para las producciones aragonesas y también para otras producciones nacionales e internacionales. De ahí vienen luego los premios nacionales a las entidades aragonesas que además exportan cultura a otros rincones en el mundo.
Vista la importancia de estas citas y de la concentración que se está produciendo en determinadas épocas del año, creo que deberíamos hacer un pensamiento con respecto a situaciones que se están dando en los últimos años: parece que contraprogramamos, que nos hacemos la competencia los unos a los otros, cuando debería ser lo contrario, colaborar estrechamente coordinarnos para tener todos las mismas oportunidades. No hacerlo va en perjuicio de estas actividades, llegando incluso a poner en riesgo la continuidad de algunos festivales.
Los festivales son síntoma de alegría, de pasarlo bien, de sociabilizar, de ocio, de disfrute, de desconexión, de aprendizaje, de economía, de turismo, de conocimiento y de tantos adjetivos que podríamos escribir que son pieza fundamental en los veranos aragoneses.
Los festivales necesitan ese apoyo decidido porque son cultura para todos. Que uno solo de ellos tuviera que bajar el telón sería un despropósito y una falta de visión.
