Eso de que las empresas crean empleo es un mito como que arañas y salamandras nacen del fuego. Si a algo hay que atribuirle tal poder creativo es a la demanda.
Una empresa solo aumenta su plantilla ante un crecimiento de los pedidos, actuales o previstos, que lo justifique. La competitividad puede producir redistribuciones, pero en conjunto es un juego de suma cero: tal empresa gana clientes, tal otra los pierde; tal necesita más trabajadores, tal otra los despide. El volumen total de pedidos en un mercado solo cambia si cambia la coyuntura económica; idea ciertamente menos glamurosa que la del empresario salvando a sus vecinos de la pobreza.
Las empresas son un elemento del tejido social al que todo el mundo parece empeñado en hacer la pelota, actitud harto inútil pues se guían por la lógica del beneficio, no por la de la vanidad. Ah, bueno, va a ser que se trata de abonar el terreno para facilitar el trasvase de fondos públicos a manos privadas: bonificaciones en las cuotas a la Seguridad Social, incentivos de las entidades locales para el establecimiento, rebajas de impuestos…
Pero no te hagas ilusiones, eso no va contigo. Ni facilita el autoempleo, ni frena la despoblación, ni aumenta el bienestar colectivo. Se trata de canalizar el dinero hacia algunas manos.