El extractivismo agrario en Aragón: a propósito del caso de La Llitera -parte I-

Los impactos del sector agrario de la comarca de La Llitera, algo extrapolable a otras comarcas aragonesas, son el eje del sociólogo y director del Posgrado de Dinamización Local Agroecológica de la UAB, Josep Espluga, para analizar la situación de su “poderosa industria agroalimentaria”, sus características y vulnerabilidades.

Como otras comarcas aragonesas caracterizadas por un sector primario intensivo, la  es una auténtica potencia agroalimentaria. Si distribuyera su cabaña ganadera entre la población comarcal, tocarían a 34 cerdos, 6 vacas y 1 oveja por habitante (datos de 2019). A ello le deberíamos añadir los varios millones de toneladas de cereales, forrajes y frutas producidas cada año.

Lo dicho, una potencia capaz de alimentar a millones de personas a partir del trabajo abnegado de unos pocos cientos o miles de productores y productoras. Esto la ha convertido en una comarca dinámica, en la que agricultores y ganaderos no han tenido que someterse a las servidumbres del turismo rural, ni sucumbir a convertirse en jardineros del paisaje para que los urbanitas de turno lo encuentren todo en su sitio durante sus visitas vacacionales. Los agricultores y ganaderos de la Llitera no son simples mayordomos, sino que viven de producir materias primas alimentarias, lo cual es un signo de identidad a reivindicar. ¿Puede haber algo más hermoso?

Este sistema agrario da empleo a casi la mitad de la población activa comarcal (al 44%). Según datos de afiliación a la Seguridad Social del primer trimestre de 2020, un 22% se ganaba la vida directamente con la agricultura y la ganadería, mientras que otro 22% trabajaba en la poderosa industria agroalimentaria asentada en la comarca. Y, además, una buena parte del sector terciario (que supone un 34% del empleo comarcal) está al servicio de dicho sistema agroalimentario. Poca broma.

Sin embargo, en los últimos años los agricultores y ganaderos de la Llitera están siendo empujados hacia un modelo agroalimentario que, a poco que se descuiden, les puede arrebatar su preciada independencia (o lo que todavía les quede de ella). Vamos por partes.

Especialización y exportación

Durante los últimos años, el sistema agrario de la Litera presenta una acusada tendencia a la especialización en unos pocos productos destinados a la exportación. Por ejemplo, en una Jornada celebrada en Binéfar el pasado año “Agricultura de transición: Iniciativas hacia una nueva agricultura”, el director de la Asociación Española de Fabricantes de Alfalfa Deshidratada, Luís Machín, señaló que en los últimos doce años se ha pasado de vender el 80% de la alfalfa en el mercado español a venderlo en el extranjero, de tal manera que ahora sólo el 20% es consumido por rumiantes de nuestro territorio.

El maíz lleva una tendencia similar, si bien con una fase transformación de por medio, puesto que su finalidad principal es convertirse en pienso para la creciente cabaña ganadera comarcal, cuyo destino es cada vez más la exportación. De hecho, si el paisaje reciente de la Llitera se caracteriza por algo, es por el inusitado incremento de la producción animal intensiva en granjas cerradas. De acuerdo con el Instituto Aragonés de Estadística (IAEST), en 2019 en la Llitera había 639.502 cerdos y 111.206 vacas, lo cual supone un increíble aumento del 17% y del 31% respectivamente en tan solo seis años (respecto a 2013). Y ello sin que el número de explotaciones o granjas haya aumentado apenas (se mantienen en alrededor de 400 en el caso del porcino y de 550 en el del vacuno). Y las expectativas de futuro parecen ser de aumento persistente, pues los pujantes macro-mataderos comarcales (Fribin y Litera Meat), que no cesan de aumentar sus cotas exportadoras, supuestamente requerirán de un flujo constante y/o creciente de animales a sacrificar. ¿Cuál será el umbral de sostenibilidad? Confiemos en que alguien se lo haya preguntado.

Y qué decir de la fruta dulce, que, si bien es un cultivo a la baja en cuanto a su presencia en la comarca (ronda el 6% de la superficie agraria comarcal), su destino no suele ser las fruterías de nuestros pueblos ni de los territorios vecinos, sino mercados externos, cuanto más lejanos mejor. Se producen unas pocas variedades para un mercado anónimo y distante, en un proceso en el que las condiciones comerciales y laborales son decididas por inversores lejanos sobre los que nadie parece tener ningún control. Y, mientras tanto, en nuestras fruterías suele ser más fácil encontrar fruta del Tirol, de Chile, Francia o California.

Con una cabaña ganadera en aumento exponencial es lógico que los cereales que producimos no sean suficientes. Según el IAEST, Aragón exporta cada año unas 43 mil toneladas de cereales, pero importa unas 680 mil toneladas. Un saldo negativo imponente, que muestra lo dependientes que somos de lo que se cultiva en otros países. Y de que los flujos de circulación de mercancías a lo largo del mundo no se interrumpan, algo que presumiblemente nadie puede garantizar a largo plazo.

Desde esta perspectiva, la Llitera formaría parte de un circuito de producción y distribución alimentaria global que empieza con la producción de soja transgénica en las pampas argentinas, paraguayas o brasileñas, un monocultivo de exportación que allí está ocasionando desastres ambientales y desequilibrios sociales sin parangón, pero que resulta imprescindible para alimentar a millones de cerdos y vacas europeos que, una vez sacrificados y despiezados, se exportarán congelados hacia los mercados de Europa y Asia. Algo parecido pasa con la alfalfa, que se exporta a los países árabes y asiáticos, y con la fruta, cuyo principal destino son otros países europeos. Todo ello constituye una homogeneización productiva y una pérdida de soberanía alimentaria preocupantes. Demasiados huevos en un mismo cesto. Un cesto que funciona totalmente al margen de nuestra voluntad e intereses. ¿Quién dijo miedo? Mientras nuestros ancestros se preocupaban por la incertidumbre derivada del clima para sus cosechas, para los actuales agricultores la principal incertidumbre es el mercado global y sus reiteradas fluctuaciones especulativas.

Extractivismo y vulnerabilidad

Una forma de explicar las limitaciones de este modelo agrario es mediante la noción de “extractivismo”, un concepto acuñado por la economía política para describir los procesos que dominan las economías de muchos países periféricos o etiquetados con el eufemismo de “en desarrollo”, principalmente latinoamericanos, asiáticos o africanos. Como su propio nombre indica, “extractivismo” implica la extracción de un recurso (minerales, petróleo, agricultura, ganadería, silvicultura, etc.) de un territorio, para venderlo en un mercado internacional. El binomio ‘extracción-exportación’ es la clave de un doble proceso de erosión: Primero se extrae el recurso y luego se exporta fuera del país productor. Entre ambas operaciones el territorio en cuestión queda esquilmado y, con suerte, se queda con las migajas de unos suculentos beneficios que acaban mayoritariamente fuera. Y, naturalmente, se queda también con todos los problemas generados por el proceso de extracción.

Una de las consecuencias de la dinámica extractiva es que suele centrarse sólo en la viabilidad económica y financiera a corto plazo, ignorando la sostenibilidad territorial a largo plazo. Por ello las economías extractivas son eminentemente depredadoras del entorno en el que se desarrollan y contribuyen a todo tipo de desequilibrios ecosistémicos, sociales y políticos.

La evolución del sistema agrario de la Llitera, como de otras comarcas aragonesas, empieza a encajar como un guante en esta descripción. Sin negar los beneficios, de los que hablaremos más adelante, de momento lo que es evidente es que lo que se queda en nuestro territorio son los numerosos impactos negativos del actual modelo agrario intensivo. Esos de los que todo el mundo es consciente, pero simula no ver. Por ejemplo, desde hace varias décadas nos encontramos con un creciente empobrecimiento de los suelos (que requieren cada vez de más aportaciones sintéticas), con una acusada pérdida de biodiversidad (por un lado, cada vez se cultivan menos variedades biológicas, y, por otro, el ecosistema se ha simplificado tanto que se ha vuelto más vulnerable a plagas de todo tipo), y con una escandalosa contaminación de acuíferos que nos ha dejado sin buena parte de las fuentes y manantiales (el mapa de zonas vulnerables por nitratos elaborado por el Gobierno de Aragón declara la cuenca de la Clamor Amarga, principal escorrentía de la zona de regadío de la comarca, como una de las más contaminadas de Aragón).

El modelo agrario imperante comporta también una pérdida de salud de los agricultores por exposición a agrotóxicos, quienes, al ser mayoritariamente trabajadores autónomos, suelen quedar al margen de los sistemas oficiales de detección de las enfermedades profesionales, a pesar de que las sufran en primera persona (una prueba más de la desprotección con la que trabajan). Aunque el proceso de concentración acelerado del sector empresarial agrario lleva a hacer recaer estos impactos en ejércitos de temporeros, un colectivo entre el que las enfermedades laborales son todavía más difíciles de rastrear.

Por no hablar de las crecientes dependencias y vulnerabilidades ante las turbulencias de los mercados globales, pero también ante las presiones de las grandes corporaciones internacionales (fabricantes de agroquímicos o maquinarias, grandes distribuidoras de alimentos, bancos e instituciones financieras, etc.), que prácticamente han expropiado la capacidad de tomar decisiones de agricultores y ganaderos, a quienes les imponen una exigente serie de requerimientos legales y comerciales (siempre en aumento), que condicionan seriamente sus condiciones laborales y de vida.

En cierto modo, buena parte del éxodo rural de las últimas décadas tiene que ver con la implantación de un modelo de desarrollo que tiende a expulsar población activa agraria y a concentrar recursos productivos en cada vez más pocas manos, lo cual se traduce en una disminución de los agricultores profesionales y en el correlativo aumento de grandes empresas y corporaciones agrarias altamente tecnificadas (que prácticamente solo precisan de mano poco cualificada para momentos puntuales del ciclo anual).

Finalmente hay que comentar que, si bien el volumen de negocio de este modelo agrario en la Llitera es muy elevado y, aparentemente, genera mucha riqueza, los datos sobre la proporción de beneficios que se queda en la comarca no son tan esperanzadores. Según el “Atlas de distribución de renta de los hogares” publicado por el Instituto Nacional de Estadística, casi todos los municipios literanos tienen una renta media por hogar sensiblemente más baja que las medias aragonesa y española (unos 23.900€, respecto a los 28.019€ de Aragón y los 26.730€ del conjunto del Estado español) (datos de 2016). Tiene su lógica, dado el peso del sector primario en la comarca, ya que la renta agraria es algo que tiende a disminuir (sostenida a duras penas por las subvenciones de la PAC) y los salarios de la agroindustria comarcal suelen ser comparativamente muy bajos respecto a otros sectores económicos. Por tanto, la relación riesgos-beneficios no parece que esté demasiado bien equilibrada.

Artículo original publicado en Ara Info

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