Aunque Lévi-Strauss ya había advertido que el avance de la llamada civilización occidental, necesariamente, implicaba una destrucción de sus propias condiciones materiales de existencia y, por tanto, era un proyecto civilizatorio suicida, la impresión que se tiene es que ese final se está aproximando a nosotros más rápido de lo que pensábamos.
Pero, aunque eso sea verdad, la idea de que la crisis actual, el cambio climático, implique necesariamente la desaparición de la especie humana, tal vez sea un poco exagerada. Porque es probable que no desaparezca toda la especie, pero que las condiciones de vida se tornen mucho más difíciles de lo que fueron en los últimos 10 000 años . . .
No tengo mucha fe en la racionalidad individual, esto es, personas que sean capaces de darse cuenta de que las cosas están yendo muy mal para las condiciones de existencia; en la racionalidad colectiva y, por tanto, en que efectivamente se tomen medidas que impliquen un cambio drástico del modo de vida que consideramos ideal y que, sin embargo, es precisamente el que está produciendo la destrucción del planeta. Hablo del automóvil, el petróleo, la electricidad o el consumo de energía.
. . . No es casualidad que, tras la crisis de 1929, enseguida llegara el fascismo. Hoy tenemos la crisis que comenzó en 2008 y que no ha terminado. Es un punto de inflexión: estamos en una crisis económica mundial, que se está manifestando en Brasil de una manera particularmente dramática; no se sabe lo que viene después. Estas reacciones de extrema derecha son claramente reacciones, parecen movimientos reactivos ante una crisis, ante una precarización de las condiciones de vida, y también una reacción a la crisis ambiental.
Buena parte de los refugiados que están saliendo de sus países de origen lo hacen por cuestiones de destrucción de las condiciones materiales: sequías brutales, inundaciones. Entonces, son en gran medida refugiados climáticos. Esa gente que se está yendo a Estados Unidos, intentando saltar un muro de cualquier manera, en gran medida, es refugiada del clima. Lo que me preocupa ante todo es la crisis ecológica. El problema es que afecta a lo que podemos llamar condiciones realmente materiales de existencia. No es el salario, es el aire. No es el empleo, es el agua.
Son cosas básicas para animales reales, personas reales, como somos nosotros, que necesitan aire, agua, una porción de cosas materiales. Es una crisis en la que, para poder sobrevivir, será necesario un cambio radical en los patrones de consumo de las sociedades desarrolladas, una redistribución radical de los recursos entre la población del planeta. Pero es más fácil, en vez de que suceda eso, que suceda otra cosa: guerras genocidas, exterminios masivos de población, destrucciones gigantescas de ecosistemas enteros . . .
Lo que marca la modernidad occidental es una cierta confianza en que el hombre, a través de la tecnología, es capaz de resolver cualquier problema que surja; en que siempre habrá una solución. La gente va aceptando cada vez más que hay una crisis ecológica, pero [piensa que] alguien va a arreglar eso. ¿Y si no lo arregla nadie? ¿Por qué tendría que arreglarse? No todo tiene solución.
Creo que la crisis ecológica no tiene solución manteniendo el status quo actual. Sobre eso no hay discusión. Y todo el mundo lo sabe: si el mundo entero consumiese la cantidad de energía per cápita que consume un ciudadano norteamericano, necesitaríamos cinco planetas Tierra para sostener a la humanidad entera. ¿Cuál es la alternativa?
Eduardo Viveiros de Castro, entrevistado, en eldiario.es ; Madrid : Diario de Prensa Digital, 11 noviembre 2019 (trad. Diajanida Hernández, extr. La Litera información)