Texto e Imágenes: Jaume Garcia Castro
Binéfar, 21 de marzo de 2014.- La planta baja de la Biblioteca Municipal de Binéfar estaba llena de sillas ocupadas por personas dispuestas a que les contaran un cuento. O más de uno. Y la verdad es que algunos ponían cara de felicidad mientras Cristina Verbena iba desgranando las historias que conforman su espectáculo “Equilibristas”. La propia Cristina comentaba, una vez ya acabada la función, que una señora del público había estado siguiendo los cuentos, poemas y canciones que conforman su actuación con la misma cara de ilusión que una niña pequeña. No nos extraña. Cristina nos ha ido transportando durante toda la función por una montaña rusa construida a base de sentimientos y palabras que, tan buen punto nos hacía sentir eufóricos, como nos hacía sentir miserables. Tan evocador es el arte de contar un cuento y tan poderoso el sentirse identificado con él.
Cuentos de equilibristas, de emociones, de amores imposibles, de hombres hechos con grasa de ballena y de mujeres muy listas casadas con hombres muy tontos, cuentos hechos de sueños, canciones robadas al viento, vientos que hacen volar ancianos, ancianos que desafían a la muerte, muerte atrapada en la copa de un peral y gente que le pide peras al olmo… Todo eso, y muchas cosas más que callo por prudencia, cupieron anoche en apenas una hora de espectáculo, la medida justa, perfecta para un monólogo que se hace ameno, que invita a la reflexión pero que procura evitar la moralina. Cristina domina la voz, y esa voz es su escenario, esa voz crea la escenografía y esa voz es la que narra la historia, las historias, de equilibrios y equilibristas. Tras los cuentos, Cristina explica las fuentes de las que bebe para explicar sus historias y responde amablemente a quien le quiera preguntar.
Según nos explicó, la afición a los cuentos le viene desde pequeña, siempre le gustaron mucho, tanto leerlos como escucharlos, “pero escucharlos mucho más”, nos confesaba sonriendo al recordar, “me gusta la sensación de comunidad, de estar con la gente cuando se cuenta un cuento. Yo los veo todos en la cabeza, me lo imagino todo”, nos confesaba con una sonrisa. Cristina viene de una familia en la que contar cuentos era algo bastante habitual, pero la principal contadora de cuentos era su abuela: “si ahora viviera, me quitaría el trabajo”, se reía, recordando. Empezó a estudiar literatura, pero luego vio que el teatro y el arte de explicar cuentos podían convertirse en un trabajo, en una forma de ganarse la vida. Se ha ido formando en España, en Italia, donde vivió siete años, y en Argentina, donde estuvo formándose durante un par de meses con los narradores bonaerenses. Algunos cuentos los cuenta porque no tiene más remedio, “son cuentos que te habitan y tienes que compartirlos”. No le gustan los cuentos con morales, le gustan los que intrigan, divierten o tienen ritmo y se siente cómoda tanto con el cuento largo, como con el cuento corto: “parecen relámpagos, a veces”.
Empezó a explicar cuentos de forma voluntaria allá por el 1992, pero no fue hasta 1998 que no vio claro que podía dedicarse profesionalmente a ello. En ese espacio de tiempo entre las dos fechas se dedicó a hacer teatro, pero acabó dedicándose por completo al cuento. El teatro le sirvió como formación, pero el cuento era su auténtica vocación. “Dice Ítalo Calvino que cada cuento es una manera de ver la vida, y creo que escucharlos es una forma de imaginarte de muchas maneras”, nos dice Cristina Verbena, como resumen de lo que hace. “Cuando voy sin prisa, los mayores de los pueblos me explican cuentos, adivinanzas guarras, leyendas de la zona… luego se pasan al chisme”, nos comenta. Y nos reímos, porque todos nos imaginamos algún cuento, alguna leyenda de la zona o algún chisme y a casi todos nos hacen gracia las adivinanzas guarras.