Los errores pasan, solo la verdad permanece
Denis Diderot
Pasé la Semana Santa en Pont de Suert y, al regreso, quise visitar de nuevo Peralta de la Sal como pequeño, particular y modesto homenaje a sus habitantes, los «petraltenses», que no «peraltenses» ni «peraltinos». Pido disculpas, sin duda, pensé más en el fondo del escrito que en la forma de sus detalles. Mil perdones.
Tomamos vermut con mi incansable compañero tamaritano en el Café Centenario y dimos un breve paseo para contemplar la torre mudéjar de la parroquial, el imponente edificio de los Escolapios y una placa incrustada en la pared de la iglesia con símbolos de otra época que nos chocó grandemente que siguiera ahí, tan campante.
Luego partimos hacia el sur, camino de baja Litera. ¡Oh, my God, que carretera! indigna del siglo XXI. Aunque reabran el belén seguirán teniendo la mitad de visitantes porque es un calvario (y no me quiero imaginar en invierno) aventurarse por lo desconocido de esta sucesión interminable de curvas asentadas en un asfalto infame, verdadero agujero negro de los bellos parajes de esta Litera Alta.
Incorporados a la carretera Estada-Binéfar tras atravesar Azanuy, a los pocos kilómetros y después de multitud de botes en el firme de la ruta, la paz de la suavidad llega desde poco antes de San Esteban de Litera hasta llegar a Binéfar para visitar «la nueva maravilla»: el Hotel Ciudad de Binéfar. Impresiona a primera vista por su tamaño y, según me comentan en la cafetería, por su inversión millonaria. Café, charrada y regreso a Lleida.
Ya en ruta, reflexión, no puedo evitarlo. Un hotel con todo tipo de lujos y unas carreteras en la comarca que condicionan el desarrollo de nuestros pueblos rurales. Belleza artificial y millonaria en el sur. Belleza natural y riqueza sostenible desperdiciada en el norte.
Al menos que podamos visitar el belén de Peralta estas navidades.