#2011M, las lágrimas de cocodrilo de los periodistas-surfistas de la ola oficial

Oskar Bañuelos

http://@elsaltodiario

Lo reconozco: me gustan los titulares con gancho. Abruptos. Casi disruptivos. Aprendí en El Mundo de los mejores. Era otro mundo, aunque ya apuntaba maneras. La teórica la aprendí a primeros de los años 80 en la UPV en Leioa de viejos profesores que nos alertaban de las versiones oficiales y nos pedían que contrastáramos las fuentes. ¡No os dejéis engañar! Y la praxis en Egin. Sí, ese periódico ‘maldito’ que, pese a quien pese, fue una gran escuela de periodistas y sobre el que un día Aznar dijo: “¿que no me atrevo a cerrarlo?”. Y se atrevió. La teoría del todo es ETA se la afinó Garzón (Baltasar) y hasta aquí hemos llegado. A la calle. Cierren al salir. La solidaridad, escasa, pero auténtica. Los insolidarios, legión. Nada nuevo. Algún compañero de otro medio me decía: “Tú igual no, pero seguro que alguien habrá hecho algo”. ¿Les suena? A mí todavía. Pero eso es otra historia. O la misma. Al fin y al cabo, hablamos de buenos y malos periodistas.

He elegido este titular, pero he barajado otro también bastante aceptable: #2011M. El día que el periodismo español se fue por la cloaca. Y otro que descarté porque, este sí, podía resultar (más todavía) hiriente para los padres periodistas de la Transición: #2011M. “Lo que usted diga señor presidente. Ha sido ETA”. Y resultó que no fue ETA la que asesinó a casi doscientas personas el 11 de marzo de 2004 en los ataques a los trenes de la red madrileña de Cercanías en vísperas de las elecciones generales y que golpeó a la sociedad española de manera brutal. Hoy hace 20 años. En 2022 todavía uno de cada cinco españoles pensaba que había sido ETA. Una teoría de la conspiración alentada por ciertos partidos y medios de comunicación.

El revisionismo histórico siempre ha tenido mala prensa, pero si ese revisionismo es gremial y compartido y ofrece una salida a la mala conciencia, pues tampoco vamos a tener la epidermis tan fina. Ironía. Además, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Pues eso. Cuando llamó Aznar al mediodía del 11 de marzo a media docena de directores de medios de comunicación, todos se plegaron. Dicen que, salvo el de La Voz de Galicia, todos dijeron amén. En ese momento, el gran periodismo español (el de izquierdas y el de derechas) que se jactaba de haber sido pieza angular de la Transición, se fue por el sumidero. Una vez que te pones la camiseta del poder… Se sabe cómo se empieza, pero no cómo se acaba. De aquellos polvos, estos lodos. Ese día perdió lo más sagrado que tiene el periodismo independiente (no reconozco otro): la búsqueda de la verdad. A alguno le parecerá un concepto anticuado, pero aquí rescato una frase de Vicenç Navarro: “La ley de la gravedad es muy antigua, pero no es anticuada”.

La legión de soldados mandados por centuriones que ha estado callada, veinte años después, saca ahora la brocha gorda y se pone a blanquear. Un mea culpa a sotto voce; mano de pintura y a vender libros y emitir documentales. Todos centrados en la mentira de Aznar y del PP, pero pasando de soslayo de su contribución a extender esa mentira durante las primeras horas. Poniendo el foco en el otro, obviando su responsabilidad. Haciéndose preguntas sobre lo accesorio y respondiendo con lo irrelevante. Anécdotas —no seré yo quien reniegue de una buena anécdota— sobre dónde estaba fulanito… y menganito dijo no sé qué… Todo gremial y compartido. Están obligados a ese revisionismo. Sin no hay culpa no hay penitencia.

Recuerdo aquel día perfectamente. Fue angustioso. Me negaba a admitir que ETA hubiese hecho una salvajada semejante, pero todos los medios decían que había sido ETA. Arnaldo Otegi, que tenía concertada una entrevista con Mariano Ferrer en El Kiosko de la Rosi, de Herri Irratia de Donostia, era el único que sostenía que los atentados de Madrid tenían relación con la participación española en la guerra de Iraq y que sus autores eran grupos yihadistas. Aun así, todos insistían que había sido ETA. Llamé a una persona que estaba en la lucha antiterrorista y su impresión era la misma que la del dirigente de la Izquierda Abertzale: no ha sido ETA. Otros periodistas vascos, que seguro que tenían contactos parecidos o mejores, insistían públicamente en dar absoluto crédito a la versión oficial. Todos surfeando la ola buena, aunque algunos ya intuían que era la ola mala.

El lehendakari Juan José Ibarretxe, buen referente para otras muchas cosas, se apresuró (utilizo este verbo para marcar la urgencia) a comparecer y en su declaración pública culpó a ETA de la masacre y tildó de alimañas a sus militantes. Otros partidos se le fueron uniendo. Nadie quería abrir la posibilidad a otras autorías. Todos cerraron filas y contribuyeron a la extensión de la mentira que pudo ocasionar una verdadera tragedia en la sociedad vasca. No pocas veces se me pasó por la cabeza la tensión sufrida tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco.

A las 13:00 horas, Otegi compareció en rueda de prensa para desvincular a la organización armada vasca de los atentados. Ello supuso un giro de 180 grados y la ciudadanía vasca que había estado sumergida durante seis interminables horas en la incertidumbre, empezó a respirar. Cuando se empezaba a abrir seriamente otra línea de investigación, a esa hora es cuando Aznar hizo su ronda de la vergüenza por la media docena de directores de medios de comunicación españoles para insistir en la versión de la autoría de ETA. Y el gran periodismo español le dijo amén. Amén a la mentira.

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